Cuenta la leyenda que el famoso filósofo griego Diógenes de Sinope tenía la costumbre de deambular las atestadas calles de Atenas al mediodía con una linterna encendida en la mano, exclamando “¡Busco a un hombre honesto! ¡Busco a un hombre honesto!” sin nunca encontrar a uno.
Algo similar ocurre hoy en día en la Función Judicial de nuestro país. Y es que si bien todavía hay y siempre habrá jueces honestos, lo cierto es que cada vez su presencia se siente menos. Nuestro sistema de justicia está sufriendo una crisis sin precedentes. Jueces corruptos, abogados mafiosos, autoridades indolentes y políticos cómplices han trabajado de la mano para desfigurar nuestras cortes y tribunales. La corrupción sistémica se ha normalizado y cada vez son más los jueces que están dispuestos a ordenar cualquier barbaridad y cometer cualquier atropello, siempre y cuando el precio sea el correcto. Nos hallamos ante una situación donde precisamente quienes están llamados a velar por la justicia y el buen orden de nuestra sociedad son los primeros en prevaricar y corromper las leyes de nuestro país.
La actual crisis en la Función Judicial no es un fenómeno que solo afecta a abogados y juristas, sino que está al corazón de los grandes problemas que afronta nuestra república. El narcotráfico nunca hubiese podido calar tan profundo en nuestra sociedad si es que hubiésemos tenido jueces rectos, que no se hubiesen dejado comprar por narco-dólares. La pobreza de nuestros ciudadanos no sería tan agobiante si aquí hubiese una sólida inversión extranjera, ¿pero qué tipo de inversor vendrá a un país sin seguridad jurídica? El salvaje saqueo de nuestros fondos públicos, que ha causado que nuestra infraestructura sea una de las peores de Latinoamérica, fue permitido por jueces y funcionarios demasiado dispuestos a mirar a otro lado a cambio de un pedacito del botín. El fracaso de nuestro sistema judicial ha creado un ambiente en donde políticos, funcionarios, y empresarios creen que pueden hacer lo que les venga en gana sin que haya ningún tipo de consecuencia. Una oda a la impunidad. En suma, las llamas del inferno ecuatoriano que vivimos hoy fueron azuzadas por años de corrupción e indolencia por parte de quienes se pavonean en los palacios de justicia de nuestro país.
Lamentablemente es difícil ver una salida a esta situación. Sin importar qué tipo de reformas se promulguen, para que estas sean efectivas, se necesita de personas dispuestas a hacer lo correcto. Se necesita gente honesta. Podemos copiar “tal cual” los sistemas de otros países como Estados Unidos, Suiza o Noruega, pero sin gente honesta que ocupe los puestos de control todo será en vano. Y es que la crisis que afronta nuestro sistema de justicia no es solamente “institucional”, sino que es en el fondo una crisis moral. Hay demasiadas manzanas podridas. Solo cuando la profesión jurídica abandone el cinismo que ahora la caracteriza y recupere ese espíritu heroico de servicio a la justicia podremos producir una nueva generación de jueces, abogados y funcionarios comprometidos a hacer el bien, y traer consigo un mejor país. (O)