Pese a que los usos que tiene esta herramienta apenas están siendo explorados, la inteligencia artificial (IA) ya está rápidamente revolucionando todas las facetas de nuestra sociedad. Dentro de pocos años, la IA será tan imprescindible para nuestro modo de vida como hoy lo es el internet, el cual tiene menos de tres décadas de existencia. Esta herramienta también tendrá un impacto en la administración de justicia, y esto abrirá inevitablemente una serie de debates éticos que hace poco hubieran parecido sacados de una novela de ciencia ficción.
La IA ya es una herramienta poderosa para jueces y abogados.
Entre otras cosas, este instrumento es sumamente útil para resumir grandes cantidades de información. En casos voluminosos en los que los expedientes pueden fácilmente contar con miles de páginas, la IA permite rápidamente encontrar y clasificar información, transformando tareas que antes podían demorar varias horas en algo que puede realizarse en pocos minutos. La IA igualmente puede conducir búsquedas extensivas de normas, doctrina y jurisprudencia, facilitando el trabajo de investigación a jueces y abogados por igual. Esta función, sin embargo, debe ser utilizada con sumo cuidado dada la tendencia de IA como ChatGPT de tener “alucinaciones”, es decir, inventar resultados que no existen. Esto ocurrió en el 2023 en el ahora famoso caso Mata vs. Avianca, en el que un abogado presentó un escrito citando jurisprudencia generada por ChatGPT sin darse cuenta de que los casos en realidad eran ficticios.
Pero sin duda la aplicación más controversial que tendrá la IA en el futuro será respecto a la posibilidad de que esta sustituya a los propios jueces. ¿Puede una IA impartir justicia? Esto quizá no sea tan polémico en áreas del derecho donde la aplicación de la ley es cuasi mecánica y haya pocas consecuencias de un error judicial, como casos relacionados a infracciones de tránsito. ¿Pero qué hay de casos más complejos? Durante el auge de la Ilustración, Montesquieu insistió en que los jueces tenían que ser solamente “la boca muda que pronuncia la ley”, es decir, agentes que se limiten a únicamente aplicar la ley “tal cual” aparece en los códigos. Si hubiesen existido en su época, Montesquieu no habría tenido objeción alguna en sustituir a todos los magistrados de Francia por IA. Trescientos años después, sin embargo, nos damos cuenta de lo ingenuo que fue el filósofo francés. Por más competente que sea el legislador y por más detallados que sean los códigos que produzca, la ley siempre tendrá vacíos, áreas grises y contradicciones. El juez inevitablemente está abocado a suplir las deficiencias del legislador aplicando su propia intuición, experiencia y espíritu crítico. En estos casos, el juez deja de ser simplemente una “boca muda” y pasa a ostentar un poder real, a convertirse en una suerte de “colegislador” que decidirá lo que nuestra sociedad admite como justo y lo que no. ¿Queremos que ese poder lo ostente un algoritmo que simplemente replica y predice patrones de texto? ¿O queremos que ese poder lo ostenten seres que compartan nuestra condición humana? (O)