La política se desenvuelve en un área de influencia que involucra lo biológico. El auge de la industrialización hace siglos extendió una malla de metodología técnica, hoy informática. Estas dimensiones se combinan en una suerte de zoológico humano, un asunto dramatizado en la película The Matrix (1999). Es un parque para las masas que promete seguridad a cambio de inconsciencia. Hacer dinero y consumir no requiere ser pensado en el fondo; es reproducido por movimientos mecánicos, como los de los engranajes. Este contrato social es el origen de la más grave crisis ecológica enfrentada por nuestra especie. Su expiración se ilustra de muchas formas, como en el aumento de las enfermades zoonóticas (influenza, dengue, COVID-19) o en la creciente severidad y frecuencia de crisis climáticas, como el estiaje, la sequía y el fuego. Ese es el precio del antropocentrismo, la creencia en la superioridad del ser humano frente a los demás seres.

Así cabe entender la crisis energética que vive Ecuador, que precede el cambio de siglo. Desde “la hora de Sixto” (Durán-Ballén) se ha venido cuarteando el cristal. Ciertamente, la negligencia de la autoridad política es estelar. Ni siquiera una década de poder dictatorial fue suficiente y hasta ahondó la dependencia hidroeléctrica. ¿Por qué? El desempeño de nuestros Gobiernos es una consecuencia y no una causa. Hay que evitar los malentendidos si queremos superar los obstáculos. No es que “este enemigo no tiene rostro”; su máscara la advertimos en cualquier espejo. Sin embargo, hablar en términos de culpables no solo es victimista, sino inútil. Además de aparentar inocencia, tales palabras tratan el problema de forma simplista, solucionado con “votar bien”. Con todo, somos nosotros mismos quienes hemos entrado en este laberinto. Y esto es decisivo porque nos da una indicación de la salida, cuyo primer paso es la consciencia.

Quien gane estas o aquellas elecciones puede ser significativo, mas no fundamental. Las soluciones no pueden simplemente legislarse. Debe recordarse que las leyes no son la fuente de la acción política, sino su reflejo formal. Problemas tan graves solo pueden gestionarse con políticas de Estado, aquellas que trascienden los periodos representativos. La técnica nos ha adiestrado a pensar que todo problema puede atenderse contratando a un experto. Los especialistas cumplen roles obligatorios, aunque al mismo tiempo secundarios. Es la misma razón por la que la asistencia financiera de los órganos internacionales no cala en la región. La influencia de los niveles superiores se queda corta si no encuentra bases sobre las que articularse. El sistema mundial supone un régimen democrático que está en crisis en los Estados nacionales, de ahí su metamorfosis. Es preciso recordar que la soberanía del pueblo es más que ir acorralados a votar por representantes.

Evidentemente, como muchos ya afirman, hacen falta valores. Pero los que hemos heredado, tan habituales como la misa dominguera, no son de ayuda; son los que nos condujeron a esto. El mandato “Sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla” es hoy absurdo. Justamente por eso es que las soluciones preconcebidas, las ideologías, tampoco nos sirven. De hecho, esta situación supera las cuestiones energética, económica, educativa y de seguridad. Aquí nos referimos a la vida propiamente humana, la vida política. Y eso no es un asunto técnico. Los valores que necesitamos están más allá de las ciencias y las religiones, están incluso “más allá del bien y el mal”. El desacierto de Nietzsche es que “más allá” suena como “afuera”. Es mucho lo que hemos ganado si entendemos esto: el gobierno empieza en el interior de uno mismo y solo después puede resonar amorosamente en los demás. Al contrario, recibir las órdenes desde el exterior es precisamente lo que sucede en el zoológico. Ahí la libertad es alimentada y entretenida técnicamente para incrementar su rentabilidad, pero la Tierra es clara en que no es producción lo que atestiguamos, sino explotación. (O)