No hay triunfo electoral que haya impactado tanto en los últimos tiempos como el de Javier Milei en Argentina (derrotó en segunda vuelta de la elección presidencial al peronista Sergio Massa, por 55,6 % contra el 44,3 % de votos del oficialista), habiéndose atribuido su victoria a un sinnúmero de causas y razones que van desde la sostenida frustración ciudadana a la ira que impulsa el “nacionalpopulismo global”.

Ciertamente, el perfil de Milei va más allá de la estructura tradicional de los políticos argentinos, podría decirse también de los latinoamericanos, a lo que se debe sumar el discurso trasgresor que lo caracterizó siempre en su campaña; en ese contexto se asegura que no hubo referencia más significativa y con mayor impacto que la que utilizó Milei cuando hablaba de la casta, fustigando de esa manera a sus adversarios y en general a la política tradicional.

“La casta tiene miedo” fue una de las arengas preferidas en las concentraciones de Milei, quien no vacilaba en sostener que su enfrentamiento era directamente con aquellos que habían robado el futuro a los argentinos, en cada oportunidad que se le presentaba, identificaba a la casta como el enemigo principal, si gritaba mucho era porque estaba “indignado y cansado de la casta política”, si le reprochaban sus excesos era porque “su candidatura era peligrosa para la casta política porque conmigo se acabó la joda”, pero quizás la proclama más anecdótica fue cuando en un acto previo al cierre de la primera vuelta presidencial adaptó la letra de una canción para cantar en medio del jolgorio general: “Hola a todos, yo soy el león, corrió la casta en medio de la avenida. Soy el rey, te destrozaré, toda la casta es de mi apetito”. Toda una locura.

Según la Real Academia Española, la casta se refiere a un grupo de personas que permanecen separadas por los demás, por su raza, religión y otras consideraciones; para Milei, de forma hábil, la casta son todos aquellos que están en la política, pero son inmorales, en otras palabras el establishment y las agrupaciones que se nutren del mismo; recientemente amplió el concepto de la casta señalando que incluye a “los políticos corruptos, los empresarios prebendarios, los sindicalistas que entregan a sus trabajadores, los micrófonos ensobrados que son cómplices y ocultan todos estos negocios y mundos y obviamente los profesionales que son cómplices a los políticos”. No queda duda, por lo tanto, que la mención de la casta como un colectivo que reúne a todos los enemigos del pueblo fue mucho más allá de un simple cliché y tuvo un amplio eco de resonancia en la sociedad argentina, al punto de convertirla en un factor importante de propaganda política.

Lo cierto es que su victoria electoral demuestra que Milei, más allá de la locura y frenesí que se le endilgan, resultó ser bastante coherente al momento de crear una estrategia política alejada del pensamiento tradicional del poder en Argentina. Que no quede duda, la casta, como medida de desprecio a sus adversarios, puede ser difusa y simplista, pero también totalmente llegadora, el pueblo así lo asimiló. Y claro, la reflexión queda en el aire: ¿hay casta también en el Ecuador? (O)