“Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a la orden del sol a proseguir la silenciosa labor cotidiana y eterna. Sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia” afirmó Unamuno reivindicando a toda esa gente sabia que solo desea una vida sencilla y serena: poder encender sus molinos para moler el café cuya venta es el sustento de sus hijos, prender las luces del quirófano para salvar vidas, abrir su restaurante y servir un mágico encebollado, trabajar honestamente sin ser chantajeado o asesinado.

Es tanta la gente buena en países desequilibrados que aún se levanta cada día y cual artistas de circo se dan maneras de seguir andando sobre la cuerda floja, gente en países en guerra donde siempre puedes perderlo todo, gente sin voz en un mundo dominado por bulliciosos políticos e inversores para quienes la vida vale menos que su avaricia; gente humilde de heroísmo cotidiano que pasa desapercibida porque preferimos las escandalosas noticias protagonizadas por los malos, gente sacrificada cuya historia se viraliza generando efímeras olas de admiración engullidas enseguida por las incesantes tormentas causadas por un par de hombres que se creen que el mundo es un teatro donde representar su hombría, su poder para castigar, controlar y conquistar mientras las madres pierden a sus hijos en absurdas guerras: norcoreanas despidiéndose de sus hijos que salen del país-cárcel solo para morir al mando de otro dictador.

"Niño muerto" (1944) de Olga Costa, artista nacida en Alemania en 1913, hija de judíos ucranianos que posteriormente emigraron a México.

Latinas cuyos hijos emprenden el peligroso camino al norte en busca de la oportunidad de levantarse a la orden del sol a proseguir la silenciosa labor cotidiana y eterna y criar hijos con futuro, trabajar duro como hacemos los migrantes en todo el mundo a pesar de la xenofobia amplificada por un Trump admirador de Hitler a quien no le pesa en la conciencia ametrallarnos con mentiras obscenas: comemos perros y gatos, somos hordas de violadores con tendencias “genéticas” al crimen salidos de cárceles y asilos mentales, y estaríamos dementes, entonces sí, sino recordamos el peligro de esta retórica del odio, sordos sino notamos que estos gritos ahogan las historias reales que tejen el mundo, las nuestras: de los trabajadores, padres y madres que se esfuerzan cada día por ser mejores en un mundo que es viento en contra porque lo hemos dejado en manos de quienes no comprenden lo que es el sacrificio silencioso de la vida cotidiana, la vulnerabilidad de quien ha construido a pulso una existencia mejor a la que ve amenazada por peligros ilusorios o reales, pero ya no sabe cuál es cuál ahogado en tanta bulla, ruido, río inagotable de mentiras trenzadas con medias verdades distorsionadas para manipular.

Hace tanta falta parar, respirar, informarse, preguntarse por qué seguimos permitiendo que los más ruidosos gobiernen en lugar de elegir la sensatez, la moderación, la humildad, la simple noción práctica de que un político digno de representarnos es aquel que sabe solucionar un problema y proteger, por sobre todas las cosas, a la inmensa humanidad silenciosa. (O)