La comunicación es un hilo que teje nuestras vidas y nos conecta con los demás. Hemos reflexionado poco sobre su importancia y trascendencia, lo hacemos por inercia y las redes sociales han agudizado la problemática de la mala comunicación distorsionando el concepto de libertad. En el mundo encontramos dos panoramas extremos, uno en el que se limita al máximo la libertad de expresión y otro, en el que, en virtud de esta, se ha dado apertura ilimitada a decir contra quien sea lo que nos plazca, incluso a través del anonimato.
Pasa con frecuencia que, en una conversación al contrario de sentirnos a gusto, nutrirnos de las experiencias y opiniones del otro y expresar con respeto puntos discordantes, sentimos miedo, incomodidad e incapacidad de decir ciertas cosas. Estrella Montolío, profesora de Lengua de la Universidad de Barcelona, sostiene varias puntualizaciones al respecto.
Los seres humanos, al ser de la especie sapiens-sapiens, tenemos capacidad genética de articular un lenguaje humano, y por ello, la conversación –profunda– merece mucha más atención. A través de esta generamos todas las relaciones humanas, y ¿qué sucede cuando personas comparten ideas y entablan una conversación? Entran en ritmo, como un baile de salón en el que, si no existe sincronía, habrá pies lastimados.
¿Todas las opiniones son respetables? Voltaire y Popper ya nos hablaron sobre la paradoja de tolerar a los intolerantes. Por lo que veo y vivo en redes sociales, en muchos casos se descargan frustraciones y existe impunidad sobre lo que se expresa. Es complejo separar a la persona del comentario, pero solo debemos tolerar a las personas, detrás de ellos existe una historia y un “porqué”; no debemos tolerar puntos de vista lacerantes y degradantes, cargados de odio, resentimiento, división, prohibición y superioridad.
Existen patrones comunicativos que son como luces rojas de acuerdo a cómo se emite el mensaje y el lenguaje que se utiliza. El lenguaje tiene el poder de construir o destruir y para asegurarnos de que aporte con lo primero, debemos estar abiertos al pluralismo de opiniones e ideas para no caer en una disonancia cognitiva que produzca imposibilidad de entablar cualquier tipo de comunicación. Debe existir un compromiso de responsabilidad para no bordear los límites del acoso, la intolerancia y el insulto. El verdadero problema entre la libertad de expresión y el delito de odio se resuelve con una ética educativa como lo dice Adela Cortina; y esta, en muchos casos, está fuera de redes, en las que, a veces, nos toca poner barreras comunicativas por protección y estabilidad emocional y mental.
Por último, por el uso político que se les ha dado a las redes, estas al contrario de comunicar e informar, han sido usadas como el detonante para entrar en una guerra por defender puntos de vista y se dispara en cualquier dirección. Claro está, nunca estaremos de acuerdo en todo y cada vez existirán menos puntos en común, sin embargo, debemos asegurar tener mejores relaciones humanas a través de diálogos más tolerantes y menos agresivos. P.D.: las redes sociales no reemplazan una consulta con el profesional de la salud mental. (O)