‘Guacharnaco: Sustantivo. Costa ecuatoriana. Sujeto ordinario y vulgar de actitudes reñidas con la buena educación’. (El habla del Ecuador. Diccionario de ecuatorianismos. Carlos Joaquín Córdova Malo CJCM. Editorial USFQ PRESS. Tercera edición, 2019. Quito).
El término aparece en medio de un debate ordinario, vulgar y televisado entre asambleístas ecuatorianos, donde uno reivindica el mote con el que sus críticos lo llaman, vinculándolo con el quichuismo ‘guacharito’, que supuestamente significa ‘hombre solo y desprotegido’. El diccionario CJCM consultado no establece esa relación, pero recoge los significantes ‘guaccho’ (del quichua ‘huacchu’) y ‘guácharo’ (del quichua ‘huacharu’) como: huérfano, solitario, sin apoyo. La edición más reciente del Diccionario de la Real Academia Española, DRAE, solo incluye el ‘guácharo’ en varios sentidos, entre ellos: enfermizo, huérfano, y que está continuamente llorando y lamentándose. No he hallado en mis consultas un vínculo que permita definir al ‘guacharnaco’ como un defensor de los desposeídos, pero el asambleísta puede darle el sentido que le parezca. Total, en la mitología ecuatoriana vigente, cualquiera desciende de Atahualpa o es dueño del cerro Guangüiltagua.
Este escandalillo político televisado ilustra el nivel del debate entre algunos de nuestros asambleístas.
Este escandalillo político televisado ilustra el nivel del debate entre algunos de nuestros asambleístas. También podría tomarse como representativo de la constipación cultural que los ecuatorianos blancomestizos padecemos en relación con nuestro mestizaje. No sabemos qué hacer con la parte indígena que la mayoría de nosotros porta en su genoma y que se expresa en nuestros rasgos físicos. Intentamos ocultarlos magnificando la porción blanca europea que más o menos aparentamos en nuestro aspecto y apellidos. Lo ‘indio’, ‘longo’ y ‘cholo’ devienen insultos y desmentimos lo que tenemos de ello. Cultivamos lo contrario, hacia lo ‘fifí’ (presumidos y a la moda, DRAE), lo ‘aniñado’ (clase alta, CJCM) y lo ‘pelucón’ (presumido, orgulloso, que amasa dinero y presume nobleza. Un viejo adjetivo del habla popular guayaquileña a comienzos del siglo XIX, casi olvidado y que desde hace pocos años ha sido retomado, CJCM).
Somos una sociedad heterogénea y racista, desde la sutileza y mojigatería en nuestros gestos y decir, hasta la violencia y discriminación en nuestras acciones. Si durante siglos la exclusión de los blancomestizos contra los indios y los negros ha sido evidente, la respuesta de los excluidos empieza a expresarse desde las revueltas de octubre de 2019 y sobre todo en la más reciente de junio. Porque aquí, donde la palabra no vale, la manifestación por los derechos se apoya en la violencia para hacerse oír. Del lado blancomestizo, la asunción de nuestra parte india no opera mediante la creación cultural, la producción literaria y la institucionalidad, sino a través del indigenismo culposo, el resentimiento contra los españoles y la ridiculización de los ‘fifirisnáis’, (¿híbrido del ‘fifí’ y el ‘nice’ inglés?). En relación con esto, sugiero oír la tonada Cholo soy, del peruano Luis Abanto Morales y nuestro Máximo León, basada en el poema ‘No me compadezcas’ del argentino Boris Elkin. (O)