Los países de Europa Occidental, a lo largo de las últimas décadas, han desarrollado un sistema de integración que incorpora numerosos elementos que podrían haber sido los cimientos de una entidad supraestatal. Este sistema incluye una política exterior común, una política de defensa compartida, una macropolítica económica igualmente coordinada y, además, una moneda única utilizada por la mayoría de los miembros. Sin embargo, mantener esta unión parece ser el desafío más importante para estos países, que enfrentan dinámicas centrífugas impulsadas por varios partidos de extrema derecha. Estas fuerzas, además de promover una agenda anti-derechos, misógina y xenófoba, impulsan políticas nacionalistas contrarias a la Unión Europea. A esto se suma la inestabilidad política en países económicamente clave como Alemania y Francia, que históricamente han sido la columna vertebral de la integración, lo que eleva la incertidumbre a niveles estructurales.
Una prioridad adicional para los países europeos es enfrentar los desafíos relacionados con la agenda de seguridad y defensa, especialmente aquellos provenientes de su periferia inmediata. Es particularmente relevante el riesgo de que la legitimidad de la Otan, la principal alianza intergubernamental de defensa que agrupa a prácticamente todas las fuerzas armadas de la región y que depende de Estados Unidos, se vea debilitada. Esto podría suceder debido al escepticismo del nuevo gobierno de Washington respecto a la utilidad estratégica de la Otan y a los costos asociados con su mantenimiento. En el remoto —aunque catastrófico— escenario de un conflicto armado con Rusia, las capacidades europeas, sin el respaldo de la Otan, serían considerablemente inferiores a las de su hipotético rival. Moscú, por su parte, ha planteado de manera formal su intención de reconstruir una influencia geopolítica significativa, al menos en el área de la antigua Unión Soviética y en los Estados que controlaba en Europa Central.
Otros temas cruciales para Europa Occidental están relacionados con el comercio, la matriz energética y las políticas domésticas de sus miembros, particularmente en lo concerniente a la migración. Tras la pandemia y el desacoplamiento de Rusia luego de la invasión a Ucrania, la economía de la Unión Europea, con algunas excepciones como España, se ha estancado. Además, enfrenta dificultades de competitividad frente a Estados Unidos, China y el Sur Global, sin que el futuro previsible ofrezca horizontes de mejoría radical.
Las opciones europeas pasan por la necesidad de consolidar la Unión y formular una estrategia común que reconozca los cambios fundamentales en el orden mundial de la tercera década del siglo XXI. La espectacular reconstrucción del continente en menos de dos décadas, tras haber quedado devastado por la Segunda Guerra Mundial, es ya un capítulo del pasado. El ascenso de las economías del Sur y, especialmente, del Este de Asia, ha generado un escenario muy distinto al de finales del siglo XX. Europa se enfrenta al trilema de buscar una autonomía estratégica, lidiar con la asimetría de su interdependencia con Estados Unidos y mantener la cohesión interna. En este contexto, proyectarse mediante lógicas de poder blando hacia otras regiones, como América Latina, podría fortalecer su relevancia global. Un ejemplo de esto sería el tratado comercial con Mercosur, cuya ratificación sigue pendiente y es incierta. (O)