Una gran proporción de la población sumida en la pobreza, más altos niveles de violencia y caos institucional es una suma que da como resultado una situación explosiva. Solamente es necesaria una pequeña chispa para que todo salte por los aires. El primer síntoma es el pesimismo, que rápidamente se riega por todo el tejido social. Muy pronto se transforma en una rabia que alimenta ideas descabelladas. A su vez, estas impulsan conductas cada vez más irracionales que retroalimentan el sentimiento de desgracia. El círculo –vicioso por donde se lo vea– se completa con el pedido de la mano dura.

Ese es el retrato de varios países de América Latina, incluido Ecuador en uno de los primeros lugares. Como muestra están los recientes episodios de violencia –que incluyeron un atentado terrorista de grandes dimensiones– y las reacciones de las autoridades nacionales y locales, que demostraron que no hay una política al respecto. Ni siquiera entienden la magnitud del problema y en el mejor de los casos se hacen eco del cacareo de la mano dura como única solución. Ninguna de ellas tiene la visión de conjunto que se requiere para enfrentar un problema tremendamente complejo como es este. La violencia y los atentados son las expresiones más brutales de un entramado que abarca aspectos tan disímiles como el control fronterizo, la detección de la ruta del dinero sucio que penetra en la economía nacional y la vinculación con la política. Reducirlo al número y tipo de pistolas o de camionetas es la forma más fácil de escurrir el bulto y agudizar el sentimiento de desasosiego de la población.

A la vuelta de la esquina, sin distingo de ideologías ...está el clamor por un régimen autoritario.

Mientras tanto, los altos círculos de la política están enfrascados en una nueva pugna, que en esta ocasión ya no se restringe a los dos contendores usuales, el Gobierno y la Asamblea. Ahora se sumaron los órganos judiciales y el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social y el problema ya toca la puerta de la Corte Constitucional, de manera que el único de los cinco poderes que queda fuera, por el momento, es el electoral. Todo ello por la torpeza en la elaboración de una terna y en el procesamiento correspondiente, que deja al Gobierno severamente golpeado y hace planear sobre él la duda acerca de su capacidad para ejercer sus funciones.

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Más allá del impacto sobre el Gobierno, el problema central es el efecto que tienen esos hechos y las correspondientes respuestas sobre el ánimo de la población. La percepción de desorden y de caos se incrementa con cada episodio y crece el sentimiento de frustración colectiva. Las bajas puntuaciones asignadas al presidente y a los asambleístas en las encuestas reflejan claramente esa frustración, que se transmite a la totalidad del sistema. A la vuelta de la esquina, sin distingo de ideologías y de preferencias políticas, está el clamor por un régimen autoritario. Cuando las sociedades llegan a ese punto ponen en segundo plano los derechos y las libertades y se crean las condiciones ideales para los líderes salvadores. Hábiles conocedores de esa lógica, la hacen trabajar para su beneficio, mueven los resortes recónditos de la psiquis colectiva que hacen funcionar los sentimientos y cosechan los frutos de la frustración. No es un buen panorama. (O)