La absurda prohibición de difundir encuestas durante los diez días previos a una elección da la razón a la sabiduría popular cuando dice que el remedio es peor que la enfermedad. Si en cualquier época pasada esa disposición no habría tenido sentido, mucho menos lo puede tener en tiempos de redes sociales y comunicación instantánea. Con esa prohibición se incentiva la difusión desaforada de cifras amañadas que no tienen respaldo técnico –la mayor parte de ellas inventadas o lanzadas como piezas clandestinas de campaña– y, sobre todo, se activa la curiosidad morbosa de los círculos más politizados. En fin, nada fuera de lo común en nuestra kafkiana institucionalidad.
De cualquier manera, tanto las encuestas que circularon hasta el último día en que podían ser divulgadas, como las que han llenado las redes en los días posteriores marcan una tendencia que, aunque parezca algo contradictorio, combina fragmentación con polarización. La fragmentación está dada por el alto número de candidatos. Este, a su vez, es el resultado de una legislación absurda, de la ausencia de partidos y de la búsqueda de protagonismo por parte de organizaciones fantasmas y personas que ven a la elección como el río revuelto en el que pueden conseguir por lo menos una sardina (aunque estas no se encuentren en los ríos).
Del estancamiento al crecimiento
La polarización es el resultado de la disputa que se viene arrastrando por ya largos 17 años entre correísmo y anticorreísmo. Los débiles asomos de superación que hubo en la elección de 2021 (cuando candidatos como Pérez o Hervas encarnaron otras demandas que colocaban al famoso clivaje en segundo plano) no lograron enraizarse y en la actual elección nadie logró instaurar otro campo de enfrentamiento. Incluso Andrea González, que se destacó en el debate, no pudo hacerlo porque entró a disputar la bandera del anticorreísmo con Daniel Noboa, que llevaba ventaja por su condición de candidato-presidente.
Un efecto de la combinación entre polarización y fragmentación es la concentración de la votación en las dos candidaturas que se sitúan en los extremos del clivaje. Eso fue lo que recogieron las encuestas y es lo que ha dado lugar a la hipótesis de que podría ser innecesaria la segunda vuelta. Tanto desde el un lado como desde el otro se anuncia la posibilidad de obtener la mayoría absoluta (más del 50 %) o conseguir una votación mayor al 40 % con una distancia mayor a diez puntos porcentuales. Si esto llegara a ocurrir, sería la tercera vez (de un total de doce elecciones, contando a esta) en que no sería necesaria la segunda vuelta. Las dos anteriores fueron los triunfos de Rafael Correa, en 2009 y 2013.
Es interesante destacar que en esas dos ocasiones se trató de reelecciones, lo que llevaría a pensar que la condición de presidente en funciones (incumbente) es un elemento clave, que en esta ocasión le beneficiaría a Daniel Noboa. Sin embargo, la tendencia dominante en todas las elecciones realizadas en América Latina en los últimos diez años fue la derrota de los incumbentes o de sus candidatos, lo que suele atribuirse a las condiciones económicas y a la insatisfacción con la democracia. Pero, también pesan otros factores, como el liderazgo, que puede ser el elemento definidor en esta elección. (O)