En general nos pasa a muchos, que nos autodefinimos con diferentes nombres que pueden ser solamente etiquetas porque nuestros actos no guardan coherencia con sus significados. Nos llamamos demócratas, pero no respetamos el estado de derecho por diferentes razones siempre personales; manejamos el concepto de igualdad de los seres humanos, pero nos consideramos superiores a otros por conocimientos, recursos económicos, ascendencia o cualquier otra circunstancia; o nos calificamos como obsecuentes defensores de la ética, pero nuestras acciones reflejan lo contrario. Todas denominaciones, que por esas razones son solo eso, membretes o etiquetas.

En la contemporaneidad hay nuevos rótulos que las personas utilizan: defensores de los derechos humanos, activistas en pro del medio ambiente, protectores de los derechos de las mujeres, de la no violencia, de la tolerancia y de la vida. Muchos de ellos a través de sus actos muestran su verdadera condición que refleja que solamente se cobijan en esos conceptos, parapetándose en ellos sin practicarlos, pues son violentos, intolerantes, no respetan la vida y son ciegos frente a su propia realidad porque se amparan, individual y grupalmente, en certezas que les autojustifican en su violencia en el trato que tienen contra lo que les parece debe ser eliminado: conceptos y personas. ¡Y se sienten lúcidos, casi beatíficamente conectados con verdades que no admiten replica y sí justifican cualquier acción que conduzca a su forzoso reconocimiento universal, sin importar los medios que utilizan y quienes se quedan en el camino!

También podemos preguntarnos sobre las derivaciones –no necesariamente positivas– de esas ideas utilizadas por muchos advenedizos locales y extranjeros que han impuesto globalmente una dogmática jurídica que entroniza la no regresividad de criterios, garantizando el avance de los mismos, claro, siempre y cuando se respete la unidimensionalidad de sus enfoques… porque son irrefutables y representan lo mejor de la historia. Y desde ahí hablan de tolerancia, pluralidad y respeto. ¡Etiquetas!

¿Es la humanidad contemporánea más ética que la de épocas pasadas? En muchos aspectos sí, como el discurso sobre la defensa de los derechos de las mujeres, el rechazo a la violencia, la protección del medio ambiente y la superación de la pobreza mundial. Hemos avanzado, sin duda, porque hay muchas acciones positivas que se derivan de esos criterios. Pero en otros aspectos no, porque pese a los grandes ideales que fundamentan acciones y comportamientos, muchos individuos están ahí por intereses propios y desde precarias condiciones éticas personales.

Grandes palabras, ideales y conceptos utilizados venalmente –como argumentos definitivos– por quienes son la antípoda de lo que predican, aupados entre ellos nacional e internacionalmente. Exigen respeto, tolerancia, pluralidad, siempre y cuando sirvan a sus causas porque caso contrario nada les detiene para combatir al que piensa de manera diferente. Así la descalificación del otro y la beligerancia, como formas de relacionarse, son practicadas por quienes las rechazan en los otros y las aprueban en sí mismos. (O)