La trayectoria del pintor y escultor ecuatoriano Estuardo Maldonado no necesita de mayor presentación, sobre todo cuando se tiene presente el trabajo en acero que caracterizó la parte más visible de su obra artística. Sin embargo, la exposición retrospectiva de su obra, todavía expuesta en el Museo Nacional del Ecuador, en Quito, Poéticas de una geometría ancestral, permite no solo rastrear su evolución sino descubrir momentos de sus búsquedas que dan cuenta del itinerario individual y de ciertas consideraciones problemáticas para los artistas. La curadora de la exposición, Mónica Vorbeck, ha propuesto un recorrido sintetizado y sugerente para abrir interrogantes. En el pórtico de la retrospectiva se destacan dos autorretratos de Maldonado, uno de 1950 hecho a lápiz, que revela el dominio anatómico, realista, y, al lado, otro de 1960, esta vez en óleo sobre tela, con un autorretrato cubista, que muestra su transformación y enriquecimiento. Maldonado y otros artistas del grupo VAN del que formó parte por su estadía decisiva en Guayaquil en los años 50, al igual que Araceli Gilbert, forman parte de una estela de artistas talentosos que tuvieron que lidiar con los pesos figurativos del realismo. ¿Qué ocurre cuando un artista ecuatoriano quiere prescindir de la figuración realista y su camino va por líneas más bien conceptuales donde no media tanto la representación o el discurso político sino la vivencia estética en planos que exigen una gran participación creativa del espectador más que la correlación con datos de la realidad? ¿Cuáles son las limitaciones técnicas del país, como en el caso de Maldonado, que para sus creaciones en acero inoxidable a color tuvo que valerse siempre de talleres en Italia porque en Ecuador no era posible contar con esa técnica? Y la pregunta que me quedó rondando con más fuerza cuando se observa el nivel de profundidad con la que se desarrolló Maldonado: ¿nos sigue faltando un nivel más de difusión y divulgación, de reflexión escrita en concreto, sobre los procesos creativos por parte de los mismos artistas ecuatorianos, de los que apenas si hay algún apunte o manifiesto, pero de quienes no existen o al menos no se dan a conocer ensayos o escritos que den luz o hagan digresiones sobre sus caminos, como ocurre con otros artistas como Joaquín Torres García, Antonio Saura, Antoni Tàpies, Fernando de Szyszlo, y tantos otros que incluso llegaron a ser estupendos prosistas?
Si me detengo en dos o tres cuadros de esta magnífica exposición, como Precolombina No.8 (1960), hecho con la técnica de encausto; Estructura No.19 (1980), en acero inoxidable a color, de 1980, o la que me parece una obra maestra: Estructura modular No.4, imagen cósmica (1962-1972), también realizada en acero inoxidable a color, las preguntas rondan alrededor de lo que pudo haber pensado Maldonado, o los nexos que tenían con otras obras. Yo quisiera conocer más de lo que tuvo presente el artista al recurrir a las retículas precolombinas y su sentido del humor al introducir elementos modernos como un avión en forma de pez o un gesto caricatural. O ¿por qué se marcan diez años de realización para Estructura modular No.4 que tiene un juego armónico de simetrías irregulares encajadas en una esfera o círculo, y el círculo a su vez dentro de un rombo, siempre con sus enigmáticas letras “S”, pieza en la que resuenan las cosmologías renacentistas italianas como la del hombre de Vitruvio? ¿Qué ocurrió en esos diez años de elaboración de esta pieza? ¿Dónde están las cartas del pintor y las notas alrededor de esa obra? La riqueza de la pintura ecuatoriana tiene una carencia enorme de escritos de los artistas –no me refiero a los críticos–, como si hubiera faltado un trabajo archivístico y editorial que supiera dar cuenta de reflexiones paralelas que más que explicar enriquecerían el legado artístico. Por ejemplo, la etapa final de los hipercubos de Maldonado abre también interrogantes sobre la dimensionalidad que reflejan un pensamiento complejo sobre los niveles de realidad, en los que no pude dejar de ver ese juego elaborado de los rompecabezas esféricos del arte chino, que pueden llegar a tener decenas de capas, y que son concepciones cósmicas que debieron interesar a Maldonado y en los que seguramente han mediado complejos cálculos matemáticos.
Se podría decir, también, que los artistas no necesitan explicitar sus procesos. Concuerdo en parte. Una tradición cultural se enriquecería, no solo en línea directa de unos artistas a otros, sino que abriría el espectro de reflexión sobre el arte para no especialistas, que dispondrían de herramientas sobre la complejidad de sus búsquedas, lo que permitiría tener todavía un disfrute mayor. Por el momento, el espacio idóneo es que en los catálogos de las exposiciones se incluyan esos apuntes o notas de trabajos de los creadores. Es cierto que en los artistas actuales, en activo, a veces el discurso se ha sobredimensionado si se lo compara con los resultados de sus obras. Pero en artistas como Maldonado y otros afines, donde hay un dominio inicial académico, una búsqueda constante y un trabajo firme sobre los materiales, las reflexiones, aunque mínimas, serían un gran aporte. Qué no daría por ver cuadernos, artículos, notas de Jorge Velarde, Stornaiolo, Unda, Shirma Guayasamín, Roberto Noboa, Paula Barragán, Óscar Santillán, entre otros artistas contemporáneos.
Por el momento, sería una pena que el público deje pasar esta exposición de Estuardo Maldonado en el MUNA, a la que sugiero visitarla varias veces, porque es una selección muy precisa de una larga trayectoria, obras que forman parte de colecciones privilegiadas del MAAC en Guayaquil, o de la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito, y de la colección privada de la familia del artista que ahora pueden contemplarse reunidas. ¿Qué destino tendrán las obras de la colección del artista? Ojalá que puedan encontrar un espacio público para que los críticos e historiadores del arte estudien el trabajo de un artista que refleja un pensamiento filosófico complejo a través de obras de una enorme plasticidad y misterio. (O)