Este domingo el Ecuador decidirá, una vez más, su destino para los próximos cuatro años.
Alrededor de trece millones de ciudadanos habilitados para votar deberán escoger entre las dos opciones que encontrarán en la papeleta.
La primera de ellas, el presidente en funciones, quien promete, en sus palabras, un nuevo Ecuador sin la que él denomina la “vieja política”.
La segunda, la representante del correísmo, la principal fuerza política de oposición al actual Gobierno, quien ofrece hacer todo lo que no ha podido gestionar el régimen y presenta como credenciales las principales ejecutorias del gobierno de Rafael Correa.
En esta columna no voy a comentar sobre las promesas de campaña de uno u otro, y menos sobre las graves acusaciones que se han lanzado de lado y lado. Al final, y esta es mi opinión, la gente votará por el candidato que crea más capaz de mejorar su situación personal y familiar.
¿Con base en qué criterio o parámetro la gente hará esta elección?
Pienso que ello dependerá de diferentes factores, como la afinidad generacional, la empatía emocional con el candidato, las vivencias y carencias propias de cada elector y la credibilidad que el candidato tenga.
De modo que yo francamente dudo que todo el estiércol que se han lanzado los candidatos directamente, a través de adláteres, influencers, medios afines y trollcenters, tenga mayor impacto en la decisión final de cada elector.
Así también, dudo que alguno de ellos tenga una varita mágica para resolver los graves problemas del país, pues una cosa es el montaje de campaña para mostrar una realidad diseñada para “conquistar votos” y otra cambiar realmente la calidad de vida de los ecuatorianos.
Nos pasamos criticando a los políticos y a la política sin reparar en que ellos no son ni más ni menos que el producto de una sociedad profundamente deteriorada.
Nos quejamos del funcionario público corrupto sin reparar en que, del otro lado, hay un empresario dispuesto a meterse la mano en el bolsillo con tal de ganarse un negocio.
Nos quejamos del gobernante autoritario, pero no vemos al patrono que maltrata a sus empleados.
Ponemos el grito en el cielo porque tal o cual ministro no está preparado para ejercer el cargo, pero cuando nos piden ayuda nos excusamos por cualquier motivo inventado.
Podría llenar esta página del Diario detallando prácticas perversas de nuestra sociedad que no gozan del auspicio y aprobación del sector público. Y que hacemos con ellos, ¿destitución? No cabe. ¿Juicio político? No cabe.
Entonces, ¿cómo vamos a cambiar la realidad del país si no hacemos nuestra parte como sociedad civil?
El Ecuador está profundamente herido. Y no me refiero a la violencia que, lamentablemente, cada día toma más presencia en la sociedad, sino a la intolerancia de unos contra otros, hipnotizados por los políticos de este rincón del universo.
Que Dios ilumine a los ecuatorianos. Que escojamos la mejor opción que nos devuelva la paz que tanto añoramos y las oportunidades de progreso que tantas familias necesitan.
Que Dios bendiga al Ecuador. (O)