Después de algún tiempo, me atrevo a decir que no fue una forzada pausa lo que el proceso educativo ecuatoriano sufrió por la pandemia, sino que se ha transformado en un abrupto punto final al sistema de educación que golpeado venía padeciendo. ¿Lo cambiamos radicalmente?

Aquí mi reflexión. Empiezo por poner un ejemplo para graficar. Las madres, sabias e instintivas educadoras, no han podido porque saben que sería un gran error, enseñar lo mismo y de la misma manera, bajo las mismas circunstancias a todos sus hijos por igual. Son las primeras en comprobar, contra toda duda, la diversidad, la naturaleza distinta de los canales de comunicación de cada uno de los niños y jóvenes a su cargo. Pero ante algo tan básico, el Estado ha venido imponiendo la malla curricular de escuelas y colegios, sin permitir los procesos de experiencia para aprender a vivir mejor. Ahí la clave. Pues, sabido también es, que el muy ilustrado no trae consigo la garantía de saber construir comunidades de desarrollo en paz y en justicia, si no experimenta la sabiduría.

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Recuerdo que a los colegios católicos se les impuso la prohibición de celebrar misa dentro de las horas de las materias. Entonces, cómo se podría atravesar la vivencia de espacios de silencio, o de puesta en común que los evangelios siempre traen consigo. O cómo se podría aprender la experiencia de darse la paz o la esperanza de la alabanza.

En los colegios no católicos se prohibió dar clases de ética. ¡No existe, ni ha existido en los últimos años ese tema! Nadie ha hablado a los bachilleres de los últimos 15 años sobre la necesidad imperiosa de manejar principios básicos de ética en la comunicación, en nuestros actos, en nuestras decisiones y en la forma de expresar nuestros afectos y desafectos.

Amenaza de deserción escolar

¿Acaso les han enseñado a pensar? ¿Cuántas horas de filosofía les han impartido?

No tenemos niños ni jóvenes que hayan podido desarrollar soluciones a problemas que pudieron haber nacido en su propia aula, con sus propios profesores y entre compañeros. No, nadie les enseñó a mirar su capacidad de diálogo a través de la verdad, de la proyección de su conducta hacia una cultura no violenta.

¿Acaso les han enseñado a pensar? ¿Cuántas horas de filosofía les han impartido? Si no me equivoco unas cuantas en bachillerato, allá cuando los jóvenes vacíos de propuestas de pensar por sí mismos solo buscan salir del colegio a buscar éxitos. Nadie sabe por qué se debe usar la Lógica y la dinámica de la historia del pensamiento filosófico, por lo menos para entender por qué aún hay preguntas sin respuestas.

Aún así, tenemos un 3 % de excelencia y promedio de 10,3 % de escolaridad, entendiendo que se requiere agotar un proceso de estudio de 12 años. Tenemos también instalaciones educativas infectadas de las drogas, pues adentro están sus consumidores y vendedores, carentes de todo tipo de seguridad y con un significativo porcentaje de abuso sexual a niños y niñas.

Finalmente, tenemos un grito que dice: ¡enséñame pues, Ecuador, la historia bien contada de la política, quiero saber cómo funciona la mente de los líderes y cuál es su filosofía, quiero experimentar la presencia eterna de mis dioses, la nobleza del laicismo y la ética pública que me hace mejor persona. No me impongas más la malla, dame lo soberano del Ecuador, el resto deja que sea fruto de la libertad y el conocimiento fecundo. (O)