Por Manuel del Valle
En días recientes el New York Times publicó un artículo sobre los escándalos que revelan cómo es que las élites latinoamericanas y las personas con buenos contactos pueden adelantarse en la fila para ser vacunados contra el COVID-19. Con mucha razón, estas revelaciones generan el descontento y la desconfianza de los ciudadanos, con respecto a sus autoridades gubernamentales.
Las acusaciones crean tensión en una región que ya es reconocida por sus desigualdades sociales, corrupción y por políticas históricas de exclusión. El problema es regional y no solo del Ecuador, pero en nuestro país se exacerba por la escasez de vacunas y por el minúsculo porcentaje de ciudadanos que hasta ahora han sido inoculados.
El caso del Perú explotó hace algunas semanas, donde el presidente Francisco Sagasti tomó drásticas medidas contra los ciudadanos “notables” que se habían inoculado antes de su turno. Pasan a la historia las afirmaciones de la ministra de Salud cuando dijo que ella sería la última en inocularse, cual abnegada capitana de una nave en zozobra. El hecho revelador fue que la ministra ya había sido vacunada cuando hizo estas declaraciones.
También en el país vecino, el médico que realizó las primeras vacunaciones admitió que había inoculado a cerca de 250 políticos “notables” y a sus parientes, así como también a autoridades universitarias. Algunos habrían recibido hasta tres dosis, cuando solo dos eran necesarias. Había que maximizar la inmunidad propia.
El Nuncio Apostólico en el Perú, Nicola Girasoli, fue una de las personas que se vacunó en secreto con dosis del laboratorio chino Sinopharm. El arzobispo de Lima, Carlos Castillo, manifestó su “tristeza e indignación” al enterarse del hecho y pidió explicaciones. Girasoli declaró que había obtenido la vacuna por ser consultor en temas éticos para la Universidad Peruana Cayetano Heredia, entidad académica de mucho prestigio que estaba llevando a cabo las inoculaciones experimentales.
El ministro ecuatoriano Juan Carlos Zevallos, quien renunció y abandonó el país la semana pasada, envió dosis tempranas de la vacuna a un asilo exclusivo de ancianos, en el que se encontraba su madre. Al igual que su contraparte en el Perú envió invitaciones para participar voluntariamente de inoculaciones “experimentales” a los rectores de las universidades. En algunos casos loables y dignos de mención la invitación fue denegada.
Para el ciudadano común, estos son casos clásicos de “cortar la fila” al igual que la persona que se antepone a otros ciudadanos para hacer cualquier trámite. La enorme diferencia es que en el caso de las vacunas los resultados pueden ser de vida o muerte. Ponerse delante de la fila es reconocer que la vida propia es más valiosa que la de cualquier otro ciudadano, y que uno es poseedor de cualidades especiales que justifican un lugar privilegiado.
Aunque últimamente se ha cuestionado que la cita pertenece a Albert Camus, no por ello deja de ser acertada en el caso del reparto de las vacunas en la región: “Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso.” (O)