Así se titula un libro que fue uno de los mayores best-sellers del siglo XX. Las publicaciones que en Estados Unidos alcanzan altas cotas de ventas suelen traducirse al español y venderse intensivamente en los países que hablan nuestra lengua. Pero, curiosa excepción, tras una cuidadosa búsqueda no me fue posible encontrar ediciones en español de esta obra. Su autor Bruce Barton (1886-1967) fue un escritor y fundador de una transnacional publicitaria, que se atrevió a publicar una visión personal de la vida de Jesús, desde el ángulo de su profesión y convicción como empresario. El clero y el establecimiento religioso cristiano desconfían de los hombres de negocios, excepto cuando se caen con donativos significativos. Esto es así en el protestantismo, pero se acentúa hasta rayar la hostilidad en el catolicismo, dentro del cual ciertas vertientes llegan a anatematizar las actividades mercantiles y con ellas el capitalismo que es el sistema que las hace posibles. El exponer al Nazareno como un “vendedor”, que creó la más grande “empresa” de la historia, es visto casi como sacrilegio en un medio en el que los triunfadores no son admirados.

Navidad todos los días

Gusanos navideños

Este libro, publicado en 1925, es sencillo en su argumentación y, en alguna medida, es precursor del popular género de autoayuda. Lo que no es argumento para invalidar sus tesis, expuestas con sensatez lógica y espontaneidad. Parte de la rebelión contra la imagen de un Jesús “frágil, descontento, pasivo y resignado” incompatible con aquel que consiguió “el mayor éxito de toda la historia”. En la base de tan gigantesco logro está el humanismo integral del que se llamaba a sí mismo “el hijo del hombre”. Siendo Barton un publicista está intrigado por las claves que permitieron al Nazareno “vender” su mensaje. Como este verbo asusta a ciertos espiritualistas, hay que hacerles entender que debe tomarse expiado de su contenido monetario y tomarse como la capacidad de persuadir. Factor esencial de este magnetismo era su sinceridad radical, que hacía que su palabra valga por sí misma, sin necesidad de un tercero que la valide. Su relación con las mujeres era respetuosa pero igualitaria, trataba con firmeza y bondad a personas de las más distintas clases y condiciones, demostrando su seguridad en el mensaje. En síntesis, un profeta eficaz, un triunfador, que al fin y al cabo venció nada menos que a la muerte.

El evangelio del trabajo

El hombre que nadie conoce traza una figura de Jesús que coincide con el “proto-burgués” que hemos ensayado en esta columna, implicado en el negocio de la carpintería que, en aquellos tiempos, incluía una serie de “servicios” muy amplia. No es un libro de teología y debe considerarse dentro de su modesto valor, pero conservemos sin complejos algunas semillas, que ayudarán a establecer una teología del trabajo y, más allá, una teología de la libertad que rescate el personalismo evangélico. Hay que superar las infiltraciones marxistoides que insuflan la llamada “teología de la liberación”, y nos han impuesto una religión mendicante y llorona, una santificación del fracaso y una justificación escatológica de la revancha, que con enorme facilidad se vuelve violenta y, al final, tiránica. (O)