Nila Velázquez

Atravesaba el puente que comunica Urdesa con el Centro Comercial Albán Borja, cuando vi sentada en la acera a una mujer en actitud de desamparo. Cuando regresé por la misma vía, estaba caída, tendida en el mismo lugar. Estacioné el carro, me acerqué a ver si podía ayudarla y noté que estaba muy mal, pensé enseguida que había que llevarla a emergencia, pero yo sola no podía subirla al vehículo. Vi a un jardinero que trabajaba en una casa cercana y le pedí colaboración, aceptó con la condición de que lo llevara de regreso. Llegamos al Luis Vernaza, apenas estacioné, la pusieron en una camilla, me hicieron algunas preguntas y no pude contestar ninguna, pues no sabía nada de ella, me dijeron que espere. Al rato me comunicaron que habían llamado a una trabajadora social para que asumiera la identificación y ubicación de la persona y que la iban a internar, pues todo indicaba que estaba en estado de inanición y que probablemente no había comido en los últimos días.

Cuando llevaba de regreso al jardinero, me dijo: “Yo pensé que era eso porque así pasa cuando uno no come”, me lo dijo como si tuviera la experiencia. Esto ocurrió hace mucho, no existía el 911, y lo he recordado porque al conversar con funcionarios de Diaconía me di cuenta de que la situación no ha cambiado.

Diaconía se deriva del griego diakonía, que quiere decir servicio. En 1966 se creó en Suecia una fundación con este nombre y se extendió por el mundo. En Guayaquil, es obra de la Arquidiócesis. Consiguen donaciones de supermercados, mercados y empresas. Reciben, seleccionan, clasifican, almacenan y entregan los alimentos a 199 instituciones sociales, que atienden a personas con carencia de alimentos. Trabajan en Diaconía 20 personas, pero tienen 329 voluntarios, lo que les permitió distribuir en el 2022 un total de 5′160.760,24 kg de alimentos. Semillas es su próximo proyecto: atención integral a embarazadas y niños de Pascuales.

Los motivos del hambre son varios: la pobreza, la inestabilidad laboral, el desperdicio...

Según datos de la FAO, actualizados en octubre del 2022, Ecuador está entre los países de América Latina con mayor prevalencia de hambre entre la población. El 15,4 %, esto es, 2,7 millones de ecuatorianos, padecen hambre, pero se pierden alrededor de 939 toneladas de alimentos por año en las etapas de producción, cosecha y poscosecha, y se calcula que en Quito y Guayaquil se pierden 46.655 toneladas en el mismo tiempo. Simplemente, los alimentos no aprovechados se convierten en desechos que van a la basura. Con lo que se pierde se podría alimentar a 1,5 millones de personas.

Los motivos del hambre son varios: la pobreza, la inestabilidad laboral, el desperdicio, la infraestructura deficiente, la falta de agua, la dificultad para transportar los alimentos. Cambios de clima, corrupción y, probablemente, falta de una gestión adecuada y ética. De cómo eliminar estas causas, quisiéramos oír a quienes aspiran a dirigir el país, pero como es improbable, tampoco debemos esperar que eso suceda para asumir responsabilidad en el tema, sea haciendo donaciones, integrándonos al voluntariado o simplemente evitando el desperdicio doméstico. Si lo ignoramos, seguirá siendo verdad lo que leí alguna vez en una pared de Quito: “El hambre es hereditaria”. No, no era solo un grafiti, era un grito que no oímos o no queremos oír. (O)