Cuando el expresidente Carlos Julio Arosemena visitó oficialmente a los Estados Unidos en julio de 1962, el presidente Kennedy lo fue a recibir al aeropuerto de una base aérea. Kennedy esperó a Arosemena al pie de la escalera del avión. En una demostración de aprecio, junto al presidente Kennedy estuvo su madre, la legendaria Rose Fitzgerald Kennedy. Luego de los saludos de bienvenida de estilo, ambos presidentes se embarcaron en un auto descapotado. Durante los días siguientes, y en gira por varias ciudades de los Estados Unidos, las autoridades estadounidenses expresaron sendos mensajes de amistad para con el Ecuador.

Gestos similares tuvo el presidente Kennedy y otros presidentes de la época para con los mandatarios de América Latina que visitaban oficialmente Washington. Eran los tiempos de la Guerra Fría. El enfrentamiento con la Unión Soviética, agravado por la crisis de los misiles de Cuba, dominaba el escenario mundial. Las naciones de América Latina recibían continuamente la atención de Washington. En 1958 el entonces vicepresidente Nixon realizó una extensa gira por varias naciones latinoamericanas, incluyendo el Ecuador. Las naciones de la región constituían un bloque decisivo en las Naciones Unidas. La atención que recibían sus países en ocasiones provocaba crisis políticas –como fue paradójicamente el caso de Arosemena–; mientras que en otras oportunidades, económicas.

Todo lo anterior terminó con el fin de la Guerra Fría. Gracias a la gran estrategia de contención que diseñara George Kennan a inicios de los años cincuenta, así como a las fisuras del bloque comunista, tanto con respecto a China, aprovechadas por Kissinger y Nixon, como aquellas que latían entre las naciones de Europa oriental, como las había previsto Zbigniew Brzezinski y las fomentó Carter y Reagan, el imperio soviético colapsó. Estados Unidos se erigió en una superpotencia y la economía mundial aceleró su proceso de globalización. América Latina dejó de ser una prioridad para Washington. Por décadas, la región simplemente era vista como una suerte de un espacio fracasado, dominada por violencia y dictadores, populistas y pobreza. La exsecretaria de Estado Condoleezza Rice contrastó en una ocasión su frustración con América Latina, donde únicamente escuchaba acusaciones y reclamos, con el ambiente positivo que ella veía en Asia, donde sus líderes más bien buscaban soluciones y proyectos.

El surgimiento de China como gigante económico y militar es hoy un desafío importante a la hegemonía de EE. UU. El potencial chino ha sido subestimado por un buen tiempo, primero por la complacencia estadounidense de su dominio mundial, y luego por las crisis internas que esa nación atraviesa. Una nueva guerra fría con sus propias características, diferente de la anterior, ha comenzado a perfilarse. Y en ese escenario aparece que América Latina vuelve a ocupar la atención. Ya no se trata de la Unión Soviética empeñada en una lucha ideológica o en desestabilizar los Gobiernos de la región, sino de la penetración económica de una nación que crece y se consolida a una gran velocidad.

El tratado comercial con China logrado en el gobierno anterior y la visita del presidente Noboa a esa nación se enmarcan en ese nuevo contexto. (O)