Reconozco que leí primero El síndrome de Salinger (2024) que El consentimiento (2020) porque Marcelo Báez tiene la generosidad de hacerme conocer sus obras con prontitud, y la otra venía de afuera. Pero el escándalo que produjo la publicación de Vanessa Springora en Francia fue gran noticia en el año de la pandemia. Efecto: esperar al primer viajero que pudiera traérmela. Así llego al deseable diálogo entre libros que a algunos nos desafía habitualmente.
Lo que Báez llamó síndrome usando el apellido del famoso autoprisionero J. D. Salinger es la atracción de hombres maduros por adolescentes, cosa que practicó el norteamericano conquistando por carta a jovencitas admiradoras, que vivían con él y luego de poco tiempo eran despedidas. Marcelo crea a un profesor de una universidad de EE. UU., quien tiene el hábito de seducir a alumnas que estudian o escriben tesis bajo su dirección. Una de ellas protagoniza una encerrona en la cual lo desenmascara. Ficción a base de casos de otras ficciones. Porque nadie cree, por ejemplo, que Nabokov haya tenido en su real vida una Lolita, y esa novela es referente seguro cuando se trata de pedofilia.
La pedofilia en 'El Rostro' del cuencano Ernesto Arias
El caso de Springora es muy distinto. Tenía más de cuarenta años cuando un gremio francés decidió darle el Premio Renaudot a Gabriel Matzneff, un viejo escritor que había sido estrella mimada por editores, periodistas y lectores en los años ochenta y noventa, cuando era de conocimiento de todos las preferencias pedófilas del autor, tanto que escribía a menudo sobre el tema. Este fue el estímulo para sacar del pasado su historia personal. El infame burlador hasta hizo rodar entre intelectuales una volante que defendía la idea de que es bueno que un adulto experto sea el iniciador sexual de las adolescentes. Contó con las firmas de Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Roland Barthes entre importantes escritores de izquierda.
Escribir la historia de V y de G le exige a la autora años de psicoanálisis, la madurez de superar la negación y el olvido voluntario, para contarnos cómo el afamado escritor de 51 años se fija en la chiquilla de 13, la requiebra, la espera a la entrada del colegio y la invita a su departamento. De allí emerge una relación que durará dos años y medio, en la cual la muchacha vive toda clase de sometimientos.
La autora, con líneas claras y contundentes, recrea su hogar de padre ausente y madre descuidada, que hará práctica cotidiana sus sesiones de sexo y lectura, su adoración por el hombre que afirma sentir el más puro amor mientras la sodomiza. La narración es sobria, pero deja traslucir las incomodidades psicológicas de quien, enquistada en una trama de poder, empieza a abandonar el colegio y a vagar por las calles de París. Su madre y sus amigos escritores conocen la fama de G, pero no hacen nada, al contrario, algún amante de la madre, algún profesor le mostrará los colmillos del deseo: si está con “ese”, por qué no con ellos. La clave del libro radica en denunciar haber visto como natural esos falsos “consentimientos” –solo son tales cuando hay mayoría de edad– de parte de seductores de prestigio, de gente aureolada con fama y respetabilidad. ¿Ese no fue el caso de Picasso, Casals, Chaplin y de tantos que han elegido compañeras de quince o dieciséis años pasando por el escalón de matrimonio? (O)