El Gobierno ecuatoriano informa, no comunica. Hay una diferencia importante entre estas dos acciones, a pesar de que muchos las creen sinónimos: informas, entre otros momentos, cuando haces un listado interminable y grandilocuente de tu trabajo, con aquello de que más es mejor y tienes como objetivo calar la conciencia de tus gobernados en búsqueda de reconocimiento y apoyo. A veces funciona, muchas veces no. Comunicas cuando pones por delante la empatía y te esfuerzas por transmitir tu mensaje en los códigos adecuados, de idioma, cultura y respeto, interponiendo aquella teoría ampliamente verificada de que menos es más y, en este caso, con la claridad de que por más mandatario que seas, te estás dirigiendo a tus mandantes. Sí, a los que te dieron el trabajo a través del voto.
Esto es algo que, al menos, los últimos tres gobernantes no han logrado ejecutar de manera eficiente. Y el anterior a ellos, tan carente también de empatía y equilibrio como cargado de sesgos y pasiones unilaterales, fue justamente el que instauró con potencia económica el predominio de la propaganda donde debía estar la comunicación, obteniendo sí muchos resultados a su favor, a costa del manoseo de la verdad de manera superlativa.
Y creo que es justamente lo que ahora acaba de pasarle factura al gobierno de Daniel Noboa con la derrota electoral en las cuatro preguntas del referéndum/consulta que acabamos de vivir: no se logró articular el mensaje adecuadamente, ponerle piel ni sobreimponerle emociones nacionales favorables al malestar que, sin duda, había dejado en amplios sectores de la población el retiro del subsidio al gas, las pérdidas ocasionadas por el paro que siguió a ese retiro, o la atención aparentemente ineficiente del sector hospitalario que suele tener efecto directo a la vena de los ciudadanos.
Y entonces la comunicación debía surfear la crisis, con el reto de llevar el mensaje adecuado en circunstancias no convencionales, con un latente malestar social. Ahí es cuando debe entrar en juego la anticipación: conocer lo que pasa suficientemente y en toda su amplitud para poder prospectar los escenarios que podría afrontar una circunstancia como el referéndum/consulta del 16 de noviembre, en el que (hay suficientes antecedentes locales) la imagen y aceptación del mandatario que convocó serían el motor que empuje su llamado a votar ‘sí’.
Quizás confiados por lo obvio que parecía decir ‘sí’ a algunos de los planteamientos conectados con el combate a la inseguridad y el desprecio popular a la Asamblea Nacional, no vieron el crecimiento de un voto duro en contra que, de acuerdo con los resultados, al parecer llegó esta vez al 53 % que es la mínima mayoría que en las cuatro opciones obtuvo el ‘no’. Deduzco que en ese 53 % están sumados el voto duro correísta, que sigue latente y oscila entre el 25 % y el 30 % del electorado; un ya consolidado antinoboísmo que ronda entre el 10 % y el 15 %; y un grupo de contrarios a la forma como se conduce el país y sobre todo cómo se afrontan las crisis.
La lección por aprender es clara: no poner la propaganda donde debe haber datos bien interpretados, con vocerías eficientes. Comunicar, no solo informar. (O)










