De entre las múltiples lecciones que se pueden tomar de las elecciones del domingo 9 de febrero, me quedo con un par, que ratifican frases y filosofías de antaño, por más que las nuevas generaciones insistan en considerarlas caducas.
La primera es “no poner todos los huevos en una sola canasta”, como repetían con sabiduría los abuelos y ratificaron luego los economistas, en relación a las inversiones y sus riesgos. Y justamente lo contrario a eso parece haber ocurrido en la campaña del candidato-presidente Daniel Noboa, al impulsar en la recta final hacia los comicios el mensaje de triunfo en “una sola vuelta”.
Relato este que caló, sin duda, entre los simpatizantes que luego serían votantes del candidato Noboa, muchos de ellos hastiados de la política tradicional y ansiosos de que el país se “normalice” lo antes posible y se destraben así muchas acciones e inversiones que permanecen a la espera de saber quién gobernará un periodo completo. Mensaje efectivo, pero no lo suficiente y que no tenía plan “B”, como se evidenció en la reacción tardía, poco articulada, bastante incierta, de esa candidatura aquella medianoche, cuando los resultados gritaban “segunda vuelta”.
Por muy brillante que haya parecido la propuesta, el equipo de campaña debió someterla a un examen lógico, cable a tierra, y hubiesen detectado quizás que el desgaste del poder ha parido un “antinoboísmo” y que eso impediría lograr la única opción para lograr esa “una sola vuelta”, que era superar el 50 % así sea con un voto, porque la de sacarle 10 puntos a su inmediata seguidora, la candidata del correísmo, Luisa González, en el mundo real, debió estar descartada de antemano. El “anticorreísmo” no alcanza para tanto, como lo han demostrado los inmediatamente anteriores eventos electorales. Y justamente ese posible sobredimensionar el “anticorreísmo” puede ser el padre de los errores de la candidatura oficial.
La segunda lección que resalto surge de eso último: un grupo político no está muerto en la víspera, sino cuando desaparece de verdad del mapa electoral y el burocrático. Y la Revolución Ciudadana no ha estado al borde de ese precipicio en ningún momento, a pesar de los ocho años que han pasado desde que su líder dejó el poder y se fue del país. La narrativa de “corrupción”, ha quedado reconfirmado, no es compatible con la narrativa electoral, en la que priman la esperanza y el anhelo de bienestar. Y ese alrededor del 30 % del voto duro, sólido, que demuestra el correísmo, heredado sin duda de los antiguos “dueños” de las bases populares de la Costa, PRE y PSC, es un tanque de oxígeno electoral perdurable y bien administrado.
Esto de ir a las urnas, a pesar de lo que digan las maltrechas encuestas tradicionales que, esas sí, cavan cada vez más profundo su tumba, esto es como el fútbol, en que un partido no termina en la víspera, sea cual fuere la diferencia en el marcador, sino cuando el árbitro pite. Y este partido entre noboísmo y correísmo, por el marcador empatado con el que terminó y lo poco que queda por recoger, no va a una revancha sino directo a los penales, donde las estrategias son kamikaze y todo puede suceder. (O)