Señora Diana Atamaint, en su despacho. Ilustrísima señora, por medio de la presente me dirijo a usted en nombre de una buena parte de la población ecuatoriana, y en el mío propio, a fin de solicitarle comedidamente que revea esta absurda norma jurídica que tanto daño causa al pueblo pensante del Ecuador: me refiero a la ley seca.
Dignísima señora, me imagino que usted, a pesar de la altura de su cargo, a ratos sí volteará a ver a los ciudadanos de a pie que trabajamos honesta y arduamente para vivir. Me imagino que estará consciente de adónde nos ha llevado esta pseudodemocracia cuyos gobernantes se pasan las leyes por el forro o las hacen a medida de sus obesos intereses. (Casos se han visto). El punto, eximia señora, es que este domingo, 13 de abril, en lugar de celebrar con gratitud al maestro que alumbra nuestra vida y la llena de estrellas, tenemos que ir a votar.
Tenemos que ir a votar, le decía, eminente señora, por uno de los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta. Candidatos, dicho sea de paso, que no eran precisamente los más aptos, pero sí los mejores tiktokers de la papeleta de 16 postulantes de la primera vuelta. Para mi gusto ninguno es presidenciable, pero la ley nos obliga a elegir al menos malo.
El punto, afable señora, es que “nuay derecho” a ir sobrio a semejante suicidio. Usted, conocedora de la historia y los procesos políticos desde tan cerca y durante tanto tiempo (porque usted ya lleva una pila de años en el CNE, ¿no?). Usted ha visto de primera mano las barbaridades que hemos hecho: vea a quiénes hemos elegido, vea cómo y qué rápido nos hemos ido a la mierda. Y todo, todo, todo, por votar sobrios.
Por votar sobrios hemos elegido a rateros de cuello blanco, a chalados, a bailarines, a corruptos autoritarios capaces de hacer todo para no soltar la teta, a incapaces de hacer algo más que ver por sus propios intereses, a indolentes. Votar sobrios nos ha llevado a la miseria moral que nos atenaza.
Le pregunto, mi estimada, ¿qué podríamos perder? Ya estamos cuesta abajo en la rodada; las ilusiones pasadas ya no las podemos arrancar; ya somos parias que el destino se ha empeñado en deshacer. ¿Entonces? ¿No le parece a usted, señito, que al menos ir a votar entonados, alegres, chispos, bebidos, beodos, un poquito borrachos nos devolvería, por un ratito, la esperanza de un Ecuador mejor?
Finalmente, Diany (ya somos amiwis como para llamarte así, ¿no?), recordemos las palabras de Eloy Alfaro: a beber, a beber, a beber las copas de licor, que el vino hace olvidar las penas del amor…, que con la hermosa música de Antonio Neumane es casi un himno. El viejo luchador no se imaginó que la política nos causaría penas peores que las del amor.
Entonces, ñañita, ¿qué me dices? ¿Nos tomamos unas bielas este domingo? No te olvides, panita limón, que el chuchaqui, cruda, resaca, guayabo seco no es de Dios.
Ya lo dijo el cura Almeida: si es hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca, pero con la copa en la mano, alzando el brazo y diciendo “¡Salud!”. (O)