La democracia sin república puede convertirse en el mejor sistema para elegir a los peores; puede transformarse en pretexto para legitimar tiranías, en método para inaugurar autoritarismos y en recurso para implantar ridículas y peligrosas dinastías tropicales, al estilo de Nicaragua o Venezuela.

El populismo y la propaganda pervierten el voto, suplantan la racionalidad política y siempre encuentran pretextos para derogar el Estado de derecho e inaugurar poderes arbitrarios.

La revolución malograda

Frente a las experiencias que deja el populismo en América Latina, y a las desastrosas secuelas del socialismo del siglo XXI, y ahora con el triunfo de personajes de la “telerrealidad” en todas partes, cabe preguntarse si es legítima la democracia reducida a un sistema para elegir entre demagogos y “famosos”; si es legítima cuando el voto se sustenta, más que en la sensatez, en la explotación del odio, el resentimiento social, la negación de la tolerancia y la exclusión del otro.

¿Debe la democracia ser algo más que un sistema electoral, debe expresar valores o debe traducir únicamente los cálculos de partidos y caudillos y los fondos obscuros que toda sociedad tiene? ¿Deben los demócratas cerrar los ojos ante las perversiones del sistema?

A mayor poder…

No se trata de abdicar de la democracia. Se trata de “agregarle más república” al sistema. Se trata de reivindicar la tolerancia, la transparencia, la alternabilidad como elementos éticos del sistema, y se trata de elevar las condiciones morales e intelectuales de gobernantes y legisladores. Al régimen de predominio de las mayorías se debe sumar el imperio de la ley, los sistemas eficientes de chequeos y controles, la división efectiva de los poderes del Estado, y se debe imponer un límite insuperable a la acción de los gobernantes y legisladores. No puede el electoralismo transformarse en un dogma y servir de sustento al autoritarismo.

Por tanto, hay que reivindicar el concepto y la vivencia de la república. Debe asumirse que la democracia liberal es inseparable del Estado de derecho; que la democracia necesita cauces institucionales para expresarse, y que los gobernantes deben ajustar el ejercicio de la voluntad de poder a la legalidad, a la racionalidad política y económica, a la ética de la tolerancia y al hecho de que el poder es una herramienta al servicio de todos –incluso de los adversarios–.

La democracia es un método para llegar al poder. La república es el sistema para someter al poder, para fraccionarlo y evitar que se transforme en dictadura, o en monarquía tropical, como prueban las experiencias de Venezuela y Nicaragua.

Saturados por la propaganda, abrumados por los temores, entontecidos por la hiperinformación y por la desinformación, vamos perdiendo aquello que es esencial a cualquier sistema político que respete al individuo: el sentido común.

Alguien dijo que, en la república, “la constitución y la ley están siempre sobre todos los jefes”. Hay que eliminar la idea de las jefaturas y la nostalgia por los caudillos. (O)