En el ambiente cultural en que estamos viviendo, en el que innumerables desvaríos ideológicos nacidos en importantes universidades norteamericanas se copian sin más en nuestros lares, ahora se trata de matar –simbólicamente, pero también artísticamente– nada menos que al protagonista de la novela Las aventuras de Huckleberry Finn (compañero de Tom Sawyer), publicada por primera vez en 1884. Esta novela, escrita por Mark Twain (1835-1910), a pocos meses de su aparición en los Estados Unidos ya había sido vedada en varias bibliotecas públicas que la tacharon de ‘basura’ para los bajos fondos.

Hoy en día los comisarios universitarios, que anhelan que por arte de magia el mundo sea completamente puro, bello, igualitario y justo, le han agregado un cargo más a la novela: el de ser racista, y por eso se ha buscado que la obra no se lea en las escuelas.

Estos nuevos inquisidores señalan que es inaceptable que se use la palabra nigger en 219 ocasiones –por cierto, vocablo de uso corriente en aquel tiempo– y, por esto, algunas ediciones ¡sustituyen nigger por esclavo! Lo absurdo de todo esto es que, ambientada en el medio Oeste y el Sur norteamericanos, la novela trata sobre la amistad interracial entre Huckleberry y Jim, dos fugitivos.

La novela James recibió en el año 2024 el Premio Nacional del Libro en los Estados Unidos. Escrita por Percival Everett, esta novela propone revivir las aventuras de Huckleberry y el esclavo Jim ya no desde el punto de vista de Huckleberry, sino esta vez desde la conciencia del esclavo. James es un relato original que revela todas las paradojas que surgen entre un niño y un adulto, entre un blanco y un esclavo.

Para esto, Everett ha convertido a Jim en un esclavo que sabe leer –ha aprendido a hacerlo, por su cuenta, escondido en la biblioteca de su amo– y que quiere escribir. De modo que los lectores vemos lo absurdo del racismo.

Pero también entendemos que ambos personajes –con su propio lenguaje, con su propia comprensión del mundo– se necesitan uno a otro para sobrevivir en la huida.

Everett no ha cedido a las exigencias de lo políticamente correcto, haciendo del esclavo Jim –que se autobautizará James, como una liberación final– un sujeto resentido que clama por venganza; todo lo contrario, comprender el mundo en sus contradicciones e imperfecciones es parte de su aprendizaje liberador: “Por malos que fueran los blancos, no tenían el monopolio de la falsedad, la insinceridad o la perfidia”. Se puede abolir la esclavitud, pero debemos aprender todos a ser libres.

La de Twain es una sátira en contra del esclavismo y del racismo: casado con la feminista Olivia Langdon, Twain denunció en sus escritos periodísticos la discriminación que sufrían los inmigrantes chinos en San Francisco, protestó contra los linchamientos a los esclavos y consideró que los Estados Unidos les debían una reparación a sus compatriotas afroamericanos.

Twain es de nuestro siglo, y por eso Everett recrea la novela original con creatividad y reafirmando –no cancelando ni borrando– el legado literario y moral de Twain, quien se atrevió a poner el dedo en la llaga de una sociedad que necesitaba cambiar. (O)