Este sábado se celebró el onomástico de la República del Ecuador, es decir, se festejó el nombre del país, así como los individuos lo hacemos con nuestro “santo”. Y en este caso esta festividad coincide con el cumpleaños de la República, pues el 23 de septiembre de 1830, el congreso fundacional del Estado ecuatoriano expidió la constitución que dio vida legal a lo que entonces se llamó Estado del Ecuador: no fue por capricho o azar que se escogió ese día para realizar acto tan trascendental, pues ocurre el equinoccio de primavera, que desde un punto de vista astronómico y astrológico es el día del ecuador, con el sol alineado sobre esa realidad geográfica que da nombre a esta comunidad de pueblos. No sé si a los constituyentes de Riobamba o a alguno de ellos se le ocurrió pedir que algún conocedor de astrología realizara la “carta astral” de la recién constituida nación. Si así sucedió, ¿habrá predicho el documento astrológico situaciones como la disgregación del Ecuador en cuatro gobiernos ocurrida apenas 26 años después, o la sangrienta guerra civil de 1912, o el periodo de ingobernabilidad de los años treinta que acabó con la derrota de 1941, o la dictadura que dominó casi una década del siglo XXI? Estas y otras peripecias que se pueden añadir, de haber sido previstas por un astromante, habrían llevado a reconsiderar, por lo menos, la fecha de fundación.

No es un tema banal, consideremos nomás que nuestro escudo está atravesado por una banda que tiene cuatro signos del zodíaco. No han sabido explicarme satisfactoriamente cómo se seleccionó ese cuarteto, en la escuela nos decían que en los meses que coinciden con las constelaciones escogidas ocurrieron los más importantes hechos de la historia patria. Pero, excepción hecha del 24 de mayo, no encuentro algún otro acontecimiento decisivo o celebrable en ese período. No están el 10 de agosto y el 9 de octubre, nada menos. He oído que están relacionados con la Revolución Marcista, que nos “libertó de los libertadores” e inició un tránsito verdaderamente republicano. Pero ocurre que, justamente el día en que comenzó esa transformación, el 6 de marzo, está en piscis, que no aparece entre los ideogramas representados.

Dije en un reciente artículo que al análisis de las personas o de los grupos sociales por el método de las generaciones había que darle tanta importancia como a una interpretación astrológica. Era una hipérbole, una exageración, porque una generación humana sí está sometida a influencias que la inclinan, aunque no la determinan. Y si esto es así para los grupos humanos, para los individuos esa inclinación es todavía más tenue. Por eso, aunque me divierta el uso simbólico de la astrología, no le doy ninguna importancia en mi práctica vital. Hacerlo significaría una abdicación de mi racionalismo radical y de mi creencia en la libertad como la suprema condición humana. Esa manera de pensar, también lo dije, hace que me entusiasme haber nacido en el único país cuyo nombre es un concepto científico. Vamos pues, usando nuestra razón y nuestra libertad, a construir un país armónico: equinoccial, equilibrado, equitativo... pero sin equívocos. (O)