El parteaguas de la campaña electoral fue el magnicidio en contra de Fernando Villavicencio. Desde ese día, el país cambió drásticamente y por tanto el proselitismo. Los espacios públicos y la idea de multitudes ovacionando a los candidatos dejó de existir. Ahora, “los encuentros” con los postulantes a Carondelet, si se les pude llamar así, pasan por varios filtros de seguridad y de hipersegmentación de las audiencias. El objetivo entre las dos opciones es captar el mayor porcentaje del voto joven que va entre quienes tienen 16 a 29 años.
Transitamos de la entrada libre a las plazas, los coliseos y las canchas a los códigos QR para el ingreso a espacios limitados de aforo. La política trasmutó en cuestión de segundos y clausuró la posibilidad de cercanía entre el elector y los aspirantes a Carondelet. Pese a la producción y circulación de mensajes en las redes, la humanidad en la política es irremplazable. No se pueden reducir las propuestas a microvideos que poco o nada dicen de las propuestas para salir del abismo en el que nos encontramos: inseguridad, desempeño, corrupción e impunidad.
Esta campaña es atípica e insípida. Primero, porque el presidente no concluyó su mandato, se va con una impopularidad enorme y además puso a correr a las organizaciones políticas, evidenciando que estas no tienen cuadros para las elecciones ni que tampoco les interesa procesos de formación a la interna. Para muestra un botón: siete de los ocho candidatos fueron importados por los partidos. Entonces, también hablamos de una democracia anómala. Es una democracia sin partidos, pero sí más de chequeras antes que planes de gobierno.
En segundo lugar, es una campaña que no atrapa ni sugestiona porque está plagada de lugares comunes, y tampoco ha salido del correísmo-anticorreísmo. Todo se reduce a frases cortas como si fuese una simulación de epitafios para lectores cómodos. Los grandes temas están por fuera de la elección, además de que las ofertas de campaña exceden la capacidad de cumplimiento, debido al poco tiempo que tendrán para gobernar cualquiera de los candidatos. También están ausentes de la opinión pública los equipos que acompañarán al ganador. Una vez más caemos en la personalización de la política.
Espacio de discusión aparte merece el carrusel de las encuestas, pese a que coinciden en la tendencia, sin embargo, no dejan de ser un misterio hasta el día de las elecciones debido al porcentaje de indecisos. Contradictoriamente, las encuestadoras se han convertido en un mal necesario. Es posible que los resultados que nos entregan estén errados por el desencanto político, el cual ha ido creciendo a tal punto de que la gente está convencida que nadie tiene la receta salvadora.
A pocos días de que el país inaugure un nuevo ciclo, la población demanda mínimos de certeza para llegar a diciembre con cierta calma y redoblar las esperanzas para el año que viene. A fin de cuentas, al segmento mayoritario de la población pauperizado le queda eso, la esperanza. Más respuestas, menos demagogia. Más equipo de trabajo y menos tiktoks. Que se haga todo para replantear una campaña atípica e insípida. (O)