Ser de izquierda, militar por la revolución, ser contestatario, apostar al totalitarismo en nombre de la libertad, ha sido, para muchos, signo y prenda de prestigio para ostentar en la academia y en los foros, y trascender en los medios.
La izquierda, hace mucho tiempo, rebasó a la política y se convirtió en una suerte de religión laica, de dogma indiscutible que invadió la cultura y la vida social e inundó los libros y las universidades. Esa izquierda, precisamente por su penetración social, sobrevivió a la muerte de los regímenes marxistas y a la inviabilidad de los sistemas que inauguraron, sobrevivió al testimonio de las dictaduras que establecieron y de las libertades que suprimieron. Cuba es el paradigma de esa sobrevivencia, y es la paradoja de que, pese a todas las evidencias, es todavía, para algunos, el ejemplo, la guía, el testimonio, y, por cierto, la negación.
En contraste, lo que se conoce como la derecha -para algunos, signo de todos los males- ha migrado desde el liberalismo anticlerical del siglo XVIII, desde la democracia y la soberanía popular, hasta puros asuntos de la economía, la competencia y las “perversidades de la acumulación” y el capitalismo.
Sin embargo, entre izquierdas y derechas, antiguas visiones de la conformación política de las sociedades, y mientras se debatían sus tesis, el mundo ha cambiado radicalmente. La tecnología ha desplazado de la política a innumerables temas, han envejecido las revoluciones, los discursos, los rostros y las memorias. Internet y la inteligencia artificial están cambiando la cultura. No hay fronteras, las clases sociales ya no responden a los esquemas socialistas. La idea de las generaciones ya no concuerda con los antiguos presupuestos sociológicos. Tenemos infinita capacidad de acceso a la información y una enorme posibilidad de desinformación y de confusión, también. No hay tiempo para detenerse, hay prisa que anula de a poco al Estado paquidérmico y abruma a la sociedad, y que provoca la temprana caducidad de las ideas.
En nuestro tiempo, las libertades y los derechos se han convertido en realidades sospechosas, y la “democracia electoral” en instrumento para llegar al poder, perpetuar la dominación de los caudillos, manipular la legislación y hacer del pueblo soberano un dócil consumidor de esperanzas fallidas y propaganda.
La tecnología le está jugando una mala pasada a la política, tanto nacional como internacionalmente. ¿Dónde están las viejas izquierdas y las derechas en este mundo dominado por la tecnología?, ¿dónde, las doctrinas en el universo asombroso y agobiante de la inteligencia artificial?, ¿sus dirigentes, sus teóricos, tienen respuestas más allá del cálculo electoral y de la nostalgia del poder?, ¿cómo calza el concepto de opinión pública entre la dispersión de las redes sociales y la vulgarización de las ideas?
Entre tanto, cambian los mapas geopolíticos, el derecho internacional pierde espacio, y como decía Orwell, la mentira se convierte en verdad, la esclavitud en libertad, la paz en guerra, y nosotros en masas útiles, pero irrelevantes. (O)