El sueño de unidad latinoamericana podría anteceder a la colonización europea y pervivió tras las revoluciones republicanas. A pesar de los intentos contemporáneos, ha permanecido como una abstracción que refleja la fragmentación de la región. Un caso notable por su alcance hemisférico fue el Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), que desde mediados de los 90 comenzó a ser impulsado por EE.UU. y Canadá. Entre las resistencias de Lula da Silva y el “ALCA, ALCArajo” de Hugo Chávez, la propuesta colapsó tras su IV Cumbre en 2005. La integración se formuló en otras instancias geopolíticas, como en USMCA (antes NAFTA). Sea por fuerza hegemónica o en respuesta a una crisis, es de tener presente que la fuente de la unidad es lo necesario. La Unión Europea sólo pudo germinar a partir de las semillas sembradas por la catástrofe. En este sentido, cabe atender a la Cumbre Latinoamericana de Seguridad, celebrada en Guayaquil el 19 y 20 de agosto.
La Cumbre fue un foro provechoso, con ministros y académicos yendo al meollo del asunto en vez del ajado populismo de mano dura. Entre los discursos inaugurales, el presidente Noboa afirmó no sólo que “todos tenemos claro que la falta de oportunidades es aprovechada por el crimen organizado para reclutar jóvenes y niños que han perdido la esperanza” sino también que “un efecto negativo de la globalización es la globalización del crimen”. Es decir, no hay camino directo o sencillo a seguir. De ahí la valiosa propuesta del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para formar una alianza regional. La mera disposición de los organismos multilaterales a invertir en este campo es una señal de que se lidia con lo necesario. Ilan Goldfajn, presidente del BID, habló de una estrategia para “cortar el oxígeno” del crimen organizado, con tres ejes: limitar su influencia en poblaciones vulnerables, fortalecer a los Estados que lo combaten y suprimir su flujo financiero. Hay voluntad en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay. Ecuador llevaría la primera presidencia.
La amenaza que representa el crimen organizado es de proporciones descomunales para la región. Con sólo el 8% de la población, Latinoamérica sufre un tercio de los homicidios mundiales. Es tan extendido que se ha normalizado; el quinto empleador en México es el narcotráfico. Hay comercio ilícito de materia prima, minería ilegal, trata y explotación de personas. No es coincidencia que el crimen organizado y la sostenibilidad estén reñidos. En cuanto al narcotráfico, la producción de cocaína ha estado en auge aun durante la pandemia. Que la “guerra contra las drogas” liderada desde el siglo pasado por EE.UU. ha fracasado es transparente. Su conflicto en Colombia llevó al crimen a acomodarse y arrastrar consigo a Centroamérica. La alternativa, la vía negociada, rasgó el velo de “isla de paz” e incendió Ecuador. El experimento prohibicionista no logra soslayar las leyes de oferta y demanda. Al contrario, la imposición estadounidense cimentó un monopolio criminal a nivel mundial. Y nuestra región es terreno fértil para la gobernanza criminal: instituciones débiles, populismo, oligarquía, segregación y desigualdad.
El crimen organizado es una cuestión existencial para la legitimidad política regional. “Yo creo que los Estados aún no se atreven a reconocer”, dijo la ministra del Interior, Mónica Palencia, que se atestigua el “surgimiento de un gobierno paralelo”. “Entre 70 y 100 millones de latinoamericanos conviven con gobernanza criminal”, dijo el politólogo Benjamin Lessing, agregando que “ningún país está exento”. Y donde no se desplaza al Estado, se usurpan sus órdenes político-económicos. Puede así entenderse la desesperación popular, como vemos en El Salvador. Pero, así como en el contraterrorismo en Medio Oriente, eliminar a los líderes se queda corto e incluso arriesgado. Los criminales reponen sus recursos tácticos a mayor velocidad que los gobiernos nacionales. Solo las medidas estructurales tienen rango estratégico. Y los valores que fundaron los órdenes nacionales, que no terminan de calar en Latinoamérica, se ven superados. La “enorme necesidad” de cooperación internacional resaltada en la Cumbre es obligatoria pero insuficiente. No en vano el activista de No Violencia Ecuador, Víctor Huerta Jouvin, considera que esta es “la verdadera guerra mundial”.
La situación es más crítica de lo que suponemos. Aquí se nos mide con reglas opacas porque están a contraluz. Lo que sí puede verse es que los desafíos venideros requieren una respuesta regional. Los puntos de inflexión están a la vista. Si en el derrocamiento de la tiranía venezolana se manifiesta la materia, aquí se concibe la forma de la independencia de América Latina. Con todo, tendrá que transitarse en todos los niveles. En Ecuador se expresa como un intento de política de Estado en medio de asedios de RC. Estas circunstancias son piedras de toque: pueden revelar cuanto oro hemos cedido. La diferencia con la colonización es que el pueblo asumió el rol de elector-consumidor voluntariamente. Vale reconocer, sin embargo, que este es sólo un caso especial de la revolución mundial que desborda al Estado nacional, llegando sus exigencias a la persona singular. Por eso es un acierto el Proyecto Escúchame presentado por el Ministerio del Interior ecuatoriano en la Cumbre, en cuanto “busca promover la autoconciencia” de niños y niñas de zonas vulnerables. Subestimamos sin duda los peligros a los que estamos expuestos, pero el miedo también nos ciega a los recursos disponibles para auxiliarnos aquí y ahora. (O)