Rutina cruel aquella de cada 31 de diciembre en la que nos esmeramos por resaltar todos los males del año que termina, cuya representación física quemaremos con todo lo que haya a la mano; pero a la vez ensalzamos todos los deseos de bondad y prosperidad con los que recibimos el año que cruzará el umbral de las 00:00 del 1 de enero. Cruel, porque no todos los anhelos se cumplieron (algunos ni de lejos) y porque las deudas que se heredan de un calendario al siguiente difícilmente permitirán abrazar nuevos propósitos que se irán acumulando y difiriendo hasta el infinito.
Todo esto crea un marco de ficción, y muchos, quizás todos, lo sabemos y así lo aceptamos.
Una ficción, sin embargo, indispensable, oportuna, reconfortante. Porque los seres sociales necesitamos creer en algo para que nos movilice y, por eso, la llegada del nuevo año, que ocurrirá en pocas horas, constituye el mejor momento para expresar las ansias de éxito, sea del bueno o del malo, que todos tenemos en algún rincón escondidas.
¿Aguafiestas yo? No, ni por un minuto. ¿Grinch de fin de año? Tampoco. ¿Pragmático? Sí, de eso una buena dosis.
Pero lo que acabo de plantear, por rudo que parezca, busca la intención de poner a ustedes, y a mí mismo, un cable a tierra que nos permita aprovechar de la mejor manera esta coyuntura calendaria y festiva que pone a todos receptivos y reflexivos, y dispara hasta la estratósfera los deseos de bienestar.
Aprovechar entonces para hacer un inventario, lo más profundo posible, de lo que hacemos y si lo estamos haciendo bien o mal. Arquear nuestras intenciones personales, pero sobre todo las profesionales, para detectar si estamos haciendo las cosas de acuerdo a procesos y pactos sociales y si ese desarrollo me permitirá lograr el crecimiento que anhelo y del que quiero que se beneficie mi familia. Enrumbar las ideas, rescatar lo que hasta ahora ha funcionado y desechar lo inservible, que si no lo sacamos se convertirá en un lastre pesado que a la larga nos inmovilizará.
Pero a la vez, hacer otro plan, el de futuro, inmediato y mediato, que es el que estamos convencidos de iniciar apenas empiece el próximo año, el mismo día primero de enero, a la hora que sea, y lo que hay que pretender que ese fulguroso despegue no sea como el de las dietas que, luego de comerse el mundo, muchos empiezan también el día 1, aunque en la gran mayoría de casos el esfuerzo se les agota el 3 o máximo llegan al Día de Reyes.
La prospectiva, que es ya una ciencia que nos permite visualizar el futuro sin necesidad de acudir a los médiums o a la bola de cristal de algún charlatán, nos permite saber qué les va a pasar a nuestros anhelos y acciones nuevas, para que demos pasos en firme y calculados en lo que vayamos a emprender, o el sector al que vayamos a dedicarle buena parte de tiempo. Es utilizar para ese fin las herramientas tecnológicas, como la muy de moda IA. Pero sobre todo la lógica y el sentido común para proyectar nuestras opciones y no dejar más sus propósitos al azar.
Tiempo de celebrar, sin duda, este de Año Nuevo. Pero también es tiempo de abrir la máquina, de ajustar tuercas, aceitar, resetear y acelerar. (O)










