En La infancia de los dictadores, V. Chalmet examina la vida de diez de ellos. ¿Fueron sujetos psicóticos que de las palabras pasaron al acto?
Nacido muy débil, a los seis años, Sosso (J. Stalin), se endureció. Su padre lo detestaba: “¡Comí carne de vaca rabiosa toda mi vida, tú harás lo mismo!”. Lo llamaba ‘bastardo’, golpeándolo salvajemente, él se escondía tras su madre, cuyo amor lo asfixiaba. Respondería con la misoginia: solo estimaría a las militantes recias del partido.
En la escuela generaba miedo y cometía actos vandálicos. En 1892, una ejecución doble en el campo le dejaría huellas. Su fe tambaleó: “Dios no existe. Nos han mentido”. Stalin solo adoraría su reflejo en el espejo. Implacable con quien lo contradijera, no soportaba defectos ni debilidad moral. Con una voz de ángel, “¡su aura mística galvanizaba las masas!”.
Se bautizó como Stalin (hombre de acero) y en 1905 conoció a Lenin, como sustituto paterno, a quien sirvió. Gobernó 29 años como “el padre de los pueblos”, matando a 20 millones de personas.
Desde pequeño, el padre de Adolph Hitler le daba correazos, buscándole defectos. Esto influiría en las posteriores pesadillas del Führer. Su madre, mujer blanca y ojos azules, “arquetipo de la perfección humana y racial”, no lo defendía. La psicoanalista Alice Miller escribe que “la estructura familiar puede ser considerada como el prototipo del régimen totalitario. La única autoridad indiscutible, y a menudo brutal, era la del padre”.
Cuando Adolph consultaba al padre uniformado, le decía que no podía pensar porque era un funcionario. Esto lo inspiró “para organizar su administración de la muerte”. La tía Johanna, con una discapacidad, lo mimaba, lo que impactaría en su política eugenésica, enviando a miembros de su familia a un centro de eutanasia. Destruiría el pueblo natal del padre y el cementerio donde reposaba su abuela. A los diez años, inspirado por novelas de indios valientes que no mostraban sufrimiento, decidió no llorar más. Escribiría en Mein Kampf: “Mi pedagogía es dura (…). Quiero una juventud violenta, dominadora, valiente y cruel. Deberá aprender a tolerar el sufrimiento. No deberá mostrar rasgos de debilidad ni de ternura. El brillo de la bestia feroz libre y magnífica deberá aparecer nuevamente en sus ojos (…) fuerte y bella (…), así podré crear el nuevo orden”. Un “orden” que costaría 80 millones de muertos y el exterminio de judíos, comunistas, homosexuales, gitanos y personas con discapacidad en la Segunda Guerra Mundial.
Padres adúlteros con expectativas propias para sus hijos, violencia intrafamiliar. Niños sin poder expresar emociones, atormentados, con don de mando, e imperturbables frente a crímenes brutales de cuyo horror no pudieron escapar; o a cuyo goce no quisieron renunciar. Las marcas de la infancia en esas condiciones familiares y de época, consentidas o no, fueron la base para estrategias de crueldad.
¿Dictadores de esta catadura podrían reaparecer? Sin duda. Señala Hannah Arendt en Totalitarismo: “Es muy inquietante el hecho de que el Gobierno totalitario, no obstante su manifiesta criminalidad, se base en el apoyo de las masas”. (O)