La saga de las novelas de Rosa Montero, emprendida en 2011 con la primera que tomó su título de unas líneas de Blade Runner, “Lágrimas en la lluvia”, acaba de llegar al cuarto tomo y según confiesa la autora, es la despedida al personaje que más ha generado comentarios y lectores y aquel con quien ella se identifica, la dúctil y emblemática Bruna Husky.

Sus historias, todas de anticipación y policíacas, han entregado lo mejor de la imaginación al servicio de adelantar el futuro, metaforizando en él, los peores problemas del presente. Con empujar el calendario tan solo cien años, Madrid tiene casas que se dominan con la voz, problemas de energía y agua, comida que se adquiere con impresoras 3D y una deslumbradora tecnología que permite la teletransportación y la convivencia con seres extraplanetarios que ya se han aliado con la Tierra o que son los nuevos migrantes.

En la cajuela

Maria Callas

La protagonista en una replicante o tecnohumana de combate: con casi dos metros de estatura, rapada y tatuada con una línea negra que cruza todo su cuerpo, está habilitada para proezas físicas y relativas respuestas emocionales; pero su tecnología tiene una limitación: vive solamente unos diez años y luego de ese tiempo un tumor interno le crece y la mata. La sensación de muerte a fecha la tortura día a día. La novedad del último tomo Animales difíciles es que luego de una acción bélica ha sido trasplantada a un cuerpo más pequeño y de ser una rep de combate, pasa a ser una rep de cálculo, es decir, una máquina provista de inteligencia y todos los conocimientos posibles.

Montero es dominadora del arte de la narración. Cada acción queda justificada, cada giro busca un camino más complejo, cada personaje secundario tiene una carga de personalidad propia sea humano o tecnohumano, al punto de poder interactuar entre personas y casi máquinas, con los matices psicológicos que parecían brotar de la sabiduría superior que los condiciona o formó. En este último título, la inteligencia artificial ha crecido tanto que pretende tomar el mando del mundo y Bruna en su cuerpecillo pequeño, lo tiene claro.

La novela de aventuras que también anida en cada una de las cuatro exige al lector ese olfato adiestrado en moverse junto con los personajes: la lucha entre los ambiciosos de poder y los habitantes sectorizados en una ciudad donde hay zonas que han perdido hasta la capacidad de respirar aire puro, es la misma de siempre, la que mantiene las desigualdades sociales y la que elimina personas con enorme facilidad. Los luchadores del lado del bien como Yannis, el archivista; Paul Lizard, el policía; Gándara, el forense y hasta Bartolo, la mascota omaá, encubren personas y animales concretos que han circulado en la vida de Rosa Montero.

Por eso, los lectores tendemos a ver en la replicante un alter ego de la autora, tan sensible a las causas humanas, tan animalista de corazón (protege refugios de perritos, combate las corridas de toros y más tradiciones sangrientas de España) y tan graciosamente sarcástica en sus columnas de opinión. En las entrevistas que le han hecho en la promoción de la novela ha confesado despedirse de Bruna; pero el final de Animales difíciles deja a la detective dispuesta a consumir sus últimos nueve años, gozando del amor. Así, sí es posible que Bruna le levante de la cama. (O)