A inicios de los años setenta, durante el feriado de abril, un joven politécnico que vivía en Quito eligió viajar hasta la playa de Ballenita para pasar el feriado junto al mar. Pidió las llaves de la casa a sus padres y en un Volkswagen escarabajo blanco manejó hasta la Península. Su familia estaba en conversaciones con la familia vecina para levantar un muro porque las casas, hasta ese momento, solo estaban separadas por dos árboles y conchilla. En ese mismo feriado, dicha familia también eligió la playa como destino.
Habían pasado pocas horas desde que los Moreira y el joven Coello habían llegado cuando, de repente, el politécnico cayó rendido ante el verde mar de los ojos de su vecina y se dejó atrapar por la calma y torbellino que implicaba una relación a distancia. Luego de ese feriado, en el que hablaron hasta gastar todas las palabras en un intento de conocerse lo suficiente para tomar una decisión, pasaron tres años de cartas diarias, llamadas una vez por semana y visitas quincenales. No fue fácil, pero nada que valga la pena lo es y dentro de cinco días, si Dios lo permite, cumplirán 50 años de haber unido sus vidas.
El ingeniero y su flaquita siguen caminando de la mano, mirándose con esa ternura que encierra el recuerdo de una vida plena. Ella sigue encantándolo con sus labios rojos que resaltan sobre su piel blanca; su pelo rubio, ahora con algunas canas y esos ojos que se vuelven ternura o fuego según su estado de ánimo. Él sigue siendo el moreno de nariz recta y ojos color miel, aunque su pelo oscuro se volvió plateado, su mirada sigue intacta. Ambos siguen cultivando un amor que se alimenta con la sencillez del detalle diario, el cafecito por las tardes, las caminatas, la nostalgia por el hijo que vive lejos, la alegría por los nietos que están cerca, las oraciones por sus hijos y la familia como pilar fundamental.
De esta manera, estoy convencida de que no existen casualidades sino causalidades y me gusta pensar que la vida no se equivoca. Estoy segura de que hay un tiempo para todo y todo tiene su tiempo, solo se necesita tener paciencia, confiar y tomar el riesgo cuando se presenta la oportunidad. Así que empiezo este 2024 celebrando la decisión de vida de esta pareja y sintiéndome orgullosa de ser la hija de este matrimonio que me educó a la antigua, con mucha paciencia y amor, pero sin darme demasiadas explicaciones sobre sus decisiones, me enseñaron a respetar las jerarquías familiares, entendiendo que los mejores consejos vienen de la experiencia y que la familia es el lugar donde siempre se puede recargar las baterías para enfrentar el mundo. Fui una hija rebelde, pero agradezco que nunca soltaron mi mano en los momentos en que sentí que la vida se me iba. Ellos fueron, son y serán mi refugio y referente. Corolario, cierro esta primera edición del año con una frase de Mario Benedetti: “Lo que uno quiere de verdad es lo que está hecho para uno; entonces, hay que tomarlo o intentar. En eso se te puede ir la vida, pero es una vida mucho mejor”. Estoy segura de que la de mis padres lo ha sido. Agradezco que mis abuelos nunca levantaron ese muro. ¡Feliz aniversario 50! (O)