Esta noche conversaré con Xavier Oquendo –ese gran militante del mundo de la poesía y la literatura– sobre el aniversario del fallecimiento de sor Juana Inés de la Cruz, fecha que ya no es luctuosa, sino de brillante recordación. Murió, pero está muy viva entre quienes la leeremos siempre y nos sentimos ‘tocados’ por su obra literaria tan magnética, pese a las dificultades que entraña leerla, dentro de la entraña del barroco hispanoamericano.

Ella es una de esos autores cuya vida resulta tan atractiva como su obra, que se siente la tentación de quedarse atrapada por los hitos de su personalidad desafiante. Murió en 1695 y un lustro después un jesuita publicó su biografía con datos que han contribuido a hacer de la monja, un mito. En nuestro tiempo, pese a las investigaciones, no se han dilucidado todas las incertidumbres que inspira: ¿cómo toleró su enclaustramiento sin vocación religiosa?, ¿qué rentas tenía para equipar su celda de biblioteca e instrumentos musicales y de observación de los astros? La contribución de mano propia al conocimiento de su vida está en la Respuesta a sor Filotea de la Cruz, que tuvo que redactar cuando se vio envuelta en una querella con altos prelados.

Porque con sor Juana ocurrió lo que con muchas mujeres que se atrevieron a utilizar su talento: se la encontró inapropiada, inadecuada. A base de san Pablo, las autoridades monacales creían que esa “la mujer en el templo, que calle” era para todas y para siempre. La monja mexicana, dotada para la relectura y la interpretación, le dio un giro a esa y a muchas otras afirmaciones de los sacerdotes, consciente de no “querer ruidos con la Inquisición”. Pero demostrando siempre que su capacidad de escritura era un don de Dios, que ella tenía que utilizar.

A menudo releo El primero sueño, su poema nuclear, el de 975 versos y compendio del saber humanístico y científico de su época. Creo que el ‘sorjuanismo’ contemporáneo basa la mayor parte de su trabajo en analizar este texto y encontrarle nuevos significados. Conozco la propuesta de un analista mexicano que ve en el poema la descripción de un eclipse y rastreando verso tras verso obtiene hasta la fecha en que se produjo el fenómeno y, por tanto, el día exacto en que la autora lo escribió. Recreaciones, nuevas escrituras so pretexto del ejercicio crítico.

Sor Juana dejó ese poema que figura en todas las antologías: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón…”, intensas redondillas donde la hablante aboga por las mujeres, solicitadas y luego rechazadas por sus seductores. ¿Feminista? No, no eran tiempos de usar ese concepto. Solo mujer justa e inteligente.

Escribió múltiples poemas amorosos. Provocan la discusión de si escribía por encargo -poesía casi siempre laudatoria- o requería de experiencias personales que inciten el desborde de los sentimientos. Y la respuesta es doble: era capaz de versificar en homenaje a personas que no conocía, pero también que amó platónicamente a una mujer, nada menos que a la virreina, condesa de Paredes, que la protegió y a su regreso a España publicó toda su obra, para admiración de genios como Lope de Vega. Ecuador puede presumir de haberla sacado del olvido en que la sumergió el siglo XVIII, porque fue Juan León Mera quien publicó un estudio sobre su obra en 1872. (O)