Lo primero que se me viene a la mente cuando recuerdo el pasado político reciente del presidente Daniel Noboa es su imagen de cartón, repartida por miles durante su campaña y que ayudó a destrabar lo que parecía un empate.

Desenfadado, con camiseta y camisa sobrepuesta, de tamaño natural y una leve sonrisa, la imagen caló rápido y bien en ese electorado que buscaban un giro. Quienes lo recibieron se lo llevaron a casa o al negocio, lo personalizaron e inundaron sus redes sociales con jocosos momentos con el cartón. Bingo.

Y aunque la idea no fue inédita (ya se había hecho en Reino Unido) marcó un antes y un después en campaña, y, sobre todo, dejó en claro que la semiología había sido adaptada plenamente a la personalidad del candidato: pocas palabras y muchos signos.

Hoy, 101 después de su arribo al poder, ese trabajo de lenguaje no verbal ha sido una de las principales características del joven presidente, que se posesionó con un discurso de 8 minutos, 10 y hasta 20 veces más corto de lo utilizado por grandes, medianos o eufóricos oradores llegados a Carondelet.

La comunicación que usa Noboa tampoco es el invento del agua tibia. Ya Donald Trump, en su primera campaña victoriosa a la Casa Blanca, enfocó hacia un electorado que podía inclinarle la balanza, no con imágenes suyas de cartón, pero sí cargado de símbolos: su atuendo de entonces, casi como un uniforme, era un calco del terno azul claro, camisa blanca y corbata rojo claro, laaarga hasta la entrepierna, similar al usado los domingos para ir a la iglesia por los trabajadores de las plantas automotrices que fueron desplazados por mano de obra barata de Asia.

Todo está inventado, pero hay que saberlo aplicar. Y en ese camino Noboa ha logrado empatía con dos grupos clave: los adultos desesperados porque pare la ola de violencia delictiva; y los jóvenes ansiosos de que se los tome en cuenta, con sus mismos signos y en su propio idioma. Con los primeros, pasar de homicidas, sicarios y traficantes a terroristas a quienes hacen de las calles su campo del horror y convertirlos en objetivo militar, fue una especie de desfogue para los mayores que debieron forzosamente pasar a llamar personas privadas de la libertad, PPL, a los presos, sea cual fuere su peligrosidad. Cambio de denominación debatible en lo legal, pero sí legítimo, como pregonaba un reciente expresidente. Con los segundos, el uso de los símbolos, como Pokémon o las muecas con inglés machucado del “becos is nais”, generó una conexión efectiva con la forma en que se comunican los jóvenes, reiterando su predisposición y poco miedo a convertirse en un meme, si le rinde. Sumados a los calcetines morados en un acto protocolario o el despachar en jean y chompa, se ve a las claras que más allá de un estilo, lo suyo es comunicación subliminal. Pero una reciente recomendación de trabajar para un “postre” usualmente escaso en las mesas populares, hizo trastrabillar en redes sociales la empatía ganada.

Son solo 101 días los que han pasado, hay que seguir observando. Aunque a la velocidad que se dan los hechos, el joven presidente parece dispuesto a todo en comunicación. (O)