Desde mi niñez, este mes ha tenido una gran connotación en mi vida. Me hace acordar de mi madre, cuando era un pequeñuelo y tomado de su amorosa mano nos trasladábamos a la casa de sus queridas amigas a contemplar y admirar el nacimiento, una obra de arte construida por el hermano de ellas que ocupaba una habitación entera. Con el pasar de los días nos acercábamos a la fecha sagrada del 24 de diciembre. Noches antes me desvelaban las emociones: pensar si el Niño Dios me iba a dejar los regalos que le pedí, en una misiva, con faltas de ortografía que el buen Niño me perdonaba porque el 99 % recibí lo que pedí.

Crear conciencia

Han pasado por mi vida longeva muchísimos diciembres. Todo ha cambiado. Ya no existen las amorosas manos de mi madre. El mundo entero va cambiando. El mes de fondo espiritual se ha ido, paso a paso, transformándose en una época en que más que el espíritu quiere imperar el hedonismo materialista.

No nos detenemos a pensar en el buen Dios, que sacrificó a su único hijo para que otros hijos humanos alcancen la vida eterna. El hedonismo no nos deja ni pensar siquiera en el dolor que un padre humano siente al ver morir a su hijo: un dolor terrible que traspasa el espíritu y el corazón y que para los que lo han sufrido los acompañará hasta el sepulcro.

Publicidad

Escucha a tu conciencia y a tu razón

Me acuerdo de las palabras de un querido general del Ejército de mi patria a un grupo de amigos: les expresó que a la iglesia iba no a pedir, sino a agradecer al buen Dios. Creo que a la humanidad le hace falta ser más agradecida al Padre eterno. Me parece que el agradecimiento es un don que tiene parte de su origen en almas sencillas, humildes, que hasta un mendrugo le agradecen al buen Dios: “Bienaventurados los humildes de corazón, porque de ellos será el reino”.

Démosle las gracias a nuestro creador por obsequiarnos una Navidad más en la que podremos estar junto con nuestros seres amados. (O)

José González Williams, médico pediatra, Guayaquil