Pese a todas las expresiones de malestar que la pirotecnia ha causado en las últimas décadas, hasta la presente fecha no hay prohibición alguna y es usada a vista y paciencia de todos. Una de las víctimas silenciosas ha sido la valiosa fauna de cerros y manglares de la vía a la costa, la cual ya empezó a ser bombardeada indiscriminadamente y, peor aún, a fin de año.
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Esta barbarie es magnificada con la quema de los monigotes al aire libre, generando muchas humaredas que son respiradas por nuestra delicada fauna; y con el ruido estridente de los perturbadores juegos pirotécnicos, detonados inmisericordemente por horas. Para los seres humanos, estas detonaciones resultan estresantes, llegando a dañar el equilibrio emocional y la salud de quienes pasivamente y sin remedio debemos soportar estas agresiones. Como moradora de la vía a la costa, no veo el día en que las autoridades emitan reglas estrictas de convivencia y real ‘vivir en armonía con la naturaleza’, para las urbanizaciones asentadas en esta vía. Paradójicamente, se siguen entregando terrenos a pocos metros de nuestros prístinos ecosistemas, como son los esteros con sus valiosos manglares, y nuestros cerros, para que sean urbanizados. ¿Se ha regulado municipalmente a través de ordenanzas el uso de los juegos pirotécnicos? ¿Se han considerado los niveles máximos de ruido que no deben ser superados? ¿Se ha aplicado el principio de conservación de ecosistemas que nuestra Constitución defiende?
El desolador cuadro de cerros cercenados en la vía a la costa se completa con las toneladas de químicos que se expelen al ambiente, especialmente cada fin de año, siendo los ‘sumideros ambientales’ los pulmones de los seres humanos. (O)
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María de Lourdes Mendoza Solórzano, Ph. D. en Saneamiento Ambiental, Guayaquil