Si hay una certeza que nos deja la reciente elección residencial en Ecuador, es que las narrativas no alcanzan para explicar el comportamiento electoral. Si tuviera que resumir los resultados en dos palabras, diría: todos perdieron.

Todos perdieron porque los partidos políticos no comprendieron que las narrativas no son modelos que explican el comportamiento de los votantes. Son, en el mejor de los casos, herramientas comunicativas, puentes para transmitir un mensaje. No son explicaciones universales ni determinantes del voto. El problema con las narrativas predominantes en Ecuador es que no solo son tóxicas, sino también malintencionadas; solo encajan en la mente de quienes las fabrican.

Próximo mandatario, ¡hay asuntos pendientes!

Lo que los partidos políticos aún no han entendido es que el comportamiento electoral en Ecuador trasciende sus narrativas. El ecuatoriano de a pie no pasa sus días pensando en disputas o venganzas políticas. Piensa en cómo llevar comida a la mesa, cómo llegar a fin de mes y cómo sobrevivir en comunidades cada vez más peligrosas e inhabitables, algunas ya dominadas por el crimen organizado transnacional.

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Es hora de desmontar de una vez por todas las narrativas predominantes. Un votante de González no es, por defecto, un simpatizante del narcotráfico, el crimen organizado o las bandas. Un votante de Noboa no es necesariamente un defensor de los abusos contra la Constitución, el Estado de derecho o el uso excesivo de la fuerza pública contra civiles. Los votantes de González están profundamente preocupados por el alarmante aumento de la criminalidad y los homicidios, la inestabilidad laboral, la emigración masiva y el temor de que el Estado ecuatoriano siga fallando en su deber de protección. Los votantes de Noboa temen las represalias políticas y el posible regreso de actitudes autoritarias en el gobierno.

Ambos grupos de votantes tienen preocupaciones legítimas y urgentes, preocupaciones que los actores políticos deberían abordar con la seriedad que merecen.

Definir nuestro futuro

Si hay algo que aprender de las elecciones de 2025, es que los votantes están desesperados por certezas. En un país con niveles históricos de criminalidad, crisis energética, inseguridad laboral y alimentaria, servicios públicos en decadencia y un Estado incapaz de garantizar las necesidades más básicas, los ecuatorianos votan con la esperanza de acercarse, aunque sea mínimamente, a esa certeza que hoy parece inalcanzable.

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No somos el producto de lo que otros dicen sobre nuestro voto. Somos, por encima de todo, ecuatorianos profundamente preocupados por el rumbo del país. Y, lo crean o no, ahí está la clave para ganar la segunda vuelta, si los políticos logran entenderlo a tiempo. (O)

Josué Henry Cedeño Perlaza, politólogo, La Haya, Países Bajos