La historia muestra que las claves del éxito de un Estado federal son la honestidad y la educación para formar ciudadanos que respetan la ley, a más de capaces y emprendedores que aportan al desarrollo y bienestar de todos los miembros de la alianza. Bajo estas premisas, en la edad moderna los Países Bajos lideraron la economía mundial aprovechando su ventaja competitiva para construir barcos.

La posición de Ámsterdam y su rol en el comercio, así como de su fuerza laboral, estuvo compuesta en una buena parte por judíos bien educados y hábiles, para transformar los productos que desde Asia y América traían las compañías neerlandesas de las indias orientales y occidentales, para luego exportar sus ingenios a los mercados del mundo. Inglaterra y Francia siguieron sus pasos, pero a la industria la juntaron con la academia y el Estado, generando productos con mayor valor agregado e iniciando la revolución industrial. Los Estados Unidos adoptaron el modelo y lo perfeccionaron creando las zonas de emprendimiento e innovación como Silicon Valley, que genera conocimiento, bienes, servicios e ideas que promueven el desarrollo mundial con el apoyo de universidades que se ubican entre las mejores del mundo. En definitiva, los Estados federados que han logrado esa sinergia y honestidad en la gestión de recursos son Estados ricos; los que no, son pobres.

En Ecuador, aquella sinergia no se manifiesta ni a nivel nacional ni provincial, y peor aún la honestidad, graficada con el mal ejemplo de la Asamblea Nacional de alterar a propósito tanto la votación para destituir al presidente de la República, como de un documento interno después de firmado. Así, ningún modelo de gestión de un Estado federado o no funciona. (O)

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Hernán Rodrigo Moreano Andrade, militar (s. p.), máster en Oceanografía; Guayaquil