Dos milenios atrás, la verdad murió crucificada. Desde entonces la mentira ha cobrado fuerza y se mantiene vigente en este mundo. La mentira se esconde en los corazones humanos, vive en la propaganda política, en la publicidad, en el internet, en las redes sociales y también en las fauces de muchos hombres que quieren hacer creer lo que no es.

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Para algunos filósofos, la mentira es tolerable e inevitable siempre que sea en pequeñas dosis, siendo intolerable para otros, por irse en contra del canon moral de las personas.

Aseguran los religiosos que la intención al mentir y el tamaño de la mentira pueden hacerla oscilar desde una peccata minuta hasta una mentira cargada de malicia, que es siempre mortal pecado. Es tan fuerte su poder malévolo que no solo se puede mentir a los demás, sino que uno mismo se puede mentir. Hay mentiras que causan grave daño a los demás y otras más livianas que tan solo buscan complacer los oídos ajenos. Parece que también hay mentiras proferidas con intención benevolente, casi piadosas.

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A pesar de que unos pocos aseguran que no hay verdades completas, el Señor Jesucristo es el único ser que con firmeza aseveró que él es la verdad, y desde entonces se apoderó de nuestros corazones. Él resucitó al tercer día para traer de vuelta la verdad al mundo. Procuremos difundir y propagar la verdad por todo el mundo para que ilumine a la humanidad entera con su luz inmarcesible. Aborrecer la mentira es nuestro deber. (O)

Gustavo Vela Ycaza, Quito