El principio y fin de toda acción humana es la sabiduría, el ser humano es el único ser en la naturaleza dotado de inteligencia y gracias a ella puede tener conciencia de sus acciones y si lo hace bien o mal es porque lo quiere, por lo menos eso pasa en las sociedades libres.
Salomón, Diógenes, Sócrates y muchos otros hombres ilustres le pedían a los dioses y a la ciencia sabiduría. Salomón se la pidió directamente a Dios desechando las riquezas materiales, Diógenes la buscaba con una linterna, el más suspicaz fue Sócrates que aparentó ser ignorante cuando en el templo de Delfos la Pitonisa le dijo “conócete a ti mismo” y él le contestó “solo sé que nada sé” y fue declarado el más sabio de su época, claro que después los más ignorantes que él, revestidos de autoridad lo mataron haciéndole ingerir el veneno más famoso de la historia: la cicuta.
La cultura del desprestigio y el antivalor
Descartes definió a la sabiduría como el arte de juzgar correctamente para después actuar correctamente. Anatole France en el jardín de Epicuro definía a la sabiduría como el arte de vivir sin dejarse embaucar.
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Para nadie está demás el consejo de los más sabios porque ya ellos vivieron la realidad, la analizaron, estudiaron, vivieron y sacaron una conclusión válida para todos los demás, ellos descubrieron todo lo que Dios ya hizo solo que los guardó en secreto. “Las cosas esenciales son invisibles a los ojos de los hombres”, decía Antoine de Saint Exupéry, la tarea de los más sabios ha sido descubrirlas: la poesía, la voz, la música, los sonidos, el silencio, el sol, la luna, las estrellas, los planetas; lo que le hizo exclamar a Anatole France que no le admiraba tanto el tamaño y la distancia de las estrellas sino cómo el ser humano tuvo la capacidad para medirlas.
Por la sabiduría, la investigación y mucha curiosidad se han descubierto lo que ya existía. (O)
Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro