La urna no es más que un cántaro roto donde el pueblo vierte sueños sin nombre. Aristóteles mira desde su nicho de siglos: “¿Dónde está la virtud que templaba el número?”. En Quito, Guayaquil, Cuenca, el ritual se repite: manos que marcan papeles mientras las élites tejen en silencio telarañas de cifras y decretos. Santo Tomás susurra: “La democracia sin raíz es humo”, pero aquí solo queda el rastro del incendio.

Lecciones de la primera vuelta electoral

Llevamos en la sangre dos heridas: la piedra inca que resiste en Ingapirca y la cruz que trajeron barcos de acero. La colonia dejó un malestar: gobiernan los de siempre con máscaras nuevas. Montesquieu quiso dividir el poder, pero en estas tierras de volcán y ceibo, el Legislativo, el Ejecutivo, el Judicial son ramas del mismo árbol podrido que da frutos de corrupción temprana. ¿Dónde está la monarquía del sol?, preguntan las piedras de Cochasquí, ¿dónde está el aillu que gobernaba en comunidad?

Suben al escenario con promesas, se visten de pueblo, hablan en quichua prestado, mientras las mineras escriben sus discursos y los bancos marcan el compás de las leyes. Gustavo Bueno ríe desde Oviedo: “Aquí no hay democracia, hay liturgia de cifras”. El pueblo aplaude el acto primero, pero en el tercer acto, cuando el telón cae sobre la deuda externa, solo quedan plazas vacías y un país que paga por entradas que no pidió.

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Ya es hora de que gane el pueblo

Somos un país que venera al cóndor en el escudo, pero le corta las alas con tratados de libre vuelo. La democracia nos dijo: “Todos son iguales bajo el mismo sol”, pero en los páramos de Pichincha, el indígena mide la justicia con otra vara. Aristóteles advierte: “Tratar como iguales a los desiguales es la semilla de la revuelta”. Y, sin embargo, en la Asamblea los trajes de seda legislan sobre el hambre, mientras el mercado de Saquisilí vende ilusiones de dos por un dólar.

Algunos añoran el Tahuantinsuyo, otros el rey católico que unificó continentes. Pero la historia no repite sus versos, solo sus rimas. Santo Tomás propone un camino: “Gobierne uno, aconsejen los sabios, pero que el pueblo sea raíz, no flor cortada”. ¿Podría el Yasuní enseñarnos a gobernar? La selva no vota, pero equilibra –cada hoja cuenta, cada río decide–. Mientras, en Quito, los organismos internacionales podan nuestras leyes como si fueran maleza.

Inminente peligro

Joven que pintas consignas en la universidad, madre que haces cola por el gas subsidiado, obrero que levantas rascacielos que no habitarás: la democracia que os prometieron es un mapa dibujado en papel de deuda. Pero hay otras geografías. En el trueque de Otavalo aún persiste la memoria de un pacto sin urnas; en las mingas de Chimborazo sobrevive un gobierno sin demagogos. Aristóteles no era quiteño, pero sabía que el poder, cuando se aleja de la tierra, se convierte en veneno.

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Ecuador no necesita más mitos; le sobran volcanes, le falta verdad. (O)

Galo G. Farfán Cano, médico y máster sobre Infección por VIH, Guayaquil