Comparto con ustedes, lectores, mi experiencia de hace unos días en Guayaquil y las reflexiones que esta me trajo.
Fui con mi nieto a un parque en una urbanización privada. Cerca del lugar, sospeché que se trataba de un espacio de “césped” sintético y no de césped bien cuidado. Acerté. Por costumbre me saqué los zapatos, pero claro, tuve veinte minTutos de experiencia traumática y caliente bajo el resplandor. Por supuesto, mi nieto no pudo gatear ahí. Luego leí que las autoridades de Guayaquil declaraban (en el 2019) que Guayaquil cumple con los 9 m2 de áreas verdes por habitante que recomienda la OMS, cosa que obviamente era falsa. Hoy, 2021, recorriendo las calles con árboles cada vez más escasos y mutilados, me pregunto si los espacios con “césped” sintético los contabilizan como área verde. ¿Debo contestar, con la perspectiva de contabilidad de las autoridades municipales, que sí, que todos esos parques y patios con plástico verde en el piso se constituyen en área verde? Deseo una ciudad amable con sus habitantes y visitantes, con espacios frescos gracias a la sombra de los hermosos árboles de nuestra zona: samanes, guayacanes, ceibos, cauchos, acacias, ficus, matapalos, mangos; sin embargo, lamentablemente esa no es mi ciudad.
Autoridades y ciudadanos cambian el césped por plástico, jardines verticales por plástico, flores y plantas por plástico, tierra por adoquines y cemento. Me uno a esas voces que claman por espacios verdes en la ciudad, por mantener los cerros y no pulverizarlos, por conservar los árboles con sus ramas y sus raíces buscando y encontrando alimento, por cuidar el agua dulce y salobre que nos rodea. No soy activista por el medioambiente, solo una ciudadana que quiere encontrar naturaleza en la ciudad. No tiene por qué ser imposible en Guayaquil. (O)
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Marcela Santos Jara, máster en Educación, Guayaquil