Tres de cada diez ecuatorianos son agricultores. No me refiero a tener un huerto en casa o cuidar de un pequeño jardín, sino a dedicarse a la agricultura como tal: trabajo en el campo, preparación de la tierra, colocar semillas, regar sembríos y recolectar los cultivos.

El gran empleador de nuestro país en términos de cantidad de plazas de trabajo es el sector agrícola, pues de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), el 29 % de los trabajadores del país se dedica a esta actividad.

Esta gran masa laboral es la que todos los días se levanta muy temprano a proveer el primer eslabón de la cadena alimentaria del país. Es una noble tarea que muchas veces pasa inadvertida, y por consecuencia, es tristemente mal retribuida. No es novedad encontrarnos con que los territorios y poblaciones dedicados a la agricultura viven tambaleando en la pobreza y agobiados por la carencia de la cobertura de las necesidades más básicas. Todo esto al mismo tiempo que el excedente de la producción agrícola es exportado, representando miles de millones de dólares para el país.

Se podrían hacer varios diagnósticos y ofrecer respuestas sobre esta problemática, por ejemplo, hablar de capacitación a los pequeños agricultores para que puedan tecnificar su cadena de valor: los cultivos, el riego, la comercialización, etcétera, y sería válido y ayudaría, pero la solución a largo plazo debe considerar también una estrategia de país que apunte al crecimiento de todos los involucrados: las grandes haciendas, los pequeños propietarios, los millones de agricultores, las familias que viven en las zonas agrícolas, etcétera. Esta estrategia se puede basar en la agroindustrialización sostenible.

Lograr aquello requiere de una visión y compromiso integral, empezando con políticas públicas coherentes con la intención de dejar atrás el pasado petrolero, impulsar el presente agrícola y apuntar hacia un futuro agroindustrial; es decir, no solo producir cultivos de calidad, sino además industrializarlos, y poder tener diversos productos procesados y con amplio valor agregado que puedan posicionarse en los mercados internacionales, a la vez que se impulsa el desarrollo económico y social de los millones de agricultores del país y los territorios en los que ellos habitan.

Pero no basta con soñarlo, hay que ejecutarlo, y esto requiere de inversión, que –con los adecuados incentivos y reformas productivas– podría ser obtenida vía inyección extranjera o con capital local, pero siempre va a ser necesario el apoyo de una banca que con criterio técnico acompañe a los agricultores de todos los tamaños.

En ese sentido, es loable lo que ha venido haciendo BanEcuador en los últimos tiempos, facilitando la concesión de créditos en el área rural y contribuyendo con el tan anhelado desarrollo económico. Es frecuente que nos pongamos en una posición de cuestionamiento y crítica hacia el Gobierno, pero en ocasiones como esta es necesario destacar cuando hay líderes que buscan humanizar el servicio público.

Otros países como Holanda, Israel, Uruguay, etcétera, han conseguido –sin mejores condiciones que Ecuador– grandes avances en este tema.

¡Con coordinación, nosotros también lograremos sembrar el desarrollo! (O)