El rebrote pandémico arrasa Europa, Estados Unidos y otros lugares. Provoca miedo ciudadano y coloca a la autoridad en la encrucijada de flexibilizar las medidas para reactivar la economía o volver a las restricciones para contener un virus cansino que genera esa actitud dicótoma entre cuidado y abandono: muchos siguen los protocolos, otros desafían al bendito bicho. Lo consideran falso, plan conspirativo, “el 666 de los iluminati” en la misión de destronar a Trump por oponerse a planes siniestros del nuevo orden mundial y su chip controlador, entre tantos mitos e historias de calle y redes sociales, quizá dosificadas con mentiras y verdades.
En Ecuador, a la pandemia se suman la inseguridad económica, laboral, ciudadana; robos, homicidios, suicidios y feminicidios pululan junto a ofertas electorales, la gente asustada y la democracia enferma, impedida de filtrar y promover a los mejores postulantes. El rebrote más temido es el de corrupción, con tanto procesado huyendo por techos, embajadas; el del inconsciente colectivo justificando lo injustificable, aun encantado con discursos demagógicos, salvo excepciones. “Todavía hay gente que aspira ‘aunque sea a que la engañen’”, señaló el Dr. Francisco Huerta Montalvo por el 2017. Por sobre la pandemia, asusta el rebrote populista; esa eterna quimera que ilusiona al individuo y le promete solución fácil a su duro calvario. No superaremos el trance sin funcionarios honrados, capaces, comprometidos.
La crisis sanitaria y la decadencia moral no podrán ser afrontadas únicamente por un programa de gobierno. La globalización y la tecnología imponen nuevas necesidades, relaciones comunitarias sólidas, un tejido social activo, y obligan a acuerdos que involucren a todo el componente humano para el normal desempeño de una sociedad sin convulsiones. Quien prometa sacar al país adelante con un proyecto unilateral sin consenso político-social miente. Solo un acuerdo nacional encauzará la salida a esta profunda crisis provocada no únicamente por la emergencia sanitaria. En un escenario pospandémico, ¿cómo se estimularán la inversión, el emprendimiento, con el alto nivel de corrupción e inseguridad?; ¿cómo se implementará una política alimentaria para asegurar bienestar, más allá de donaciones paliativas?; ¿cómo asegurar fuentes de empleo si esas promesas hace mucho caen al vacío?
Algunos reclaman el botín-país como herencia de populismos agoreros de “izquierda” y derecha. Pepe Mujica, al despedirse de la vida pública, afirmó: “En política no hay sucesión, hay causas”. La más importante hoy es sacar al pueblo adelante; dotarlo de esperanza, estimular al individuo a no rendirse, aunque todo parezca derrumbarse; juntar esfuerzos, impulsar dirigentes nuevos, con ideas de progreso, proyectos serios, no demagógicas quimeras. Los gobernantes están obligados a fomentar la unidad nacional, si en verdad la patria les importa; caso contrario, el pueblo se sacudirá esa ilusión y encontrará salidas propias, como lo acaba de hacer Chile. “El sufrimiento es necesario hasta que te das cuenta de que es innecesario”, señala Eckhart Tolle; y los ecuatorianos cualquier rato se enteran. (O)