Muchos sentimos que no contamos con el tiempo suficiente para llevar a cabo todo lo que quisiéramos hacer, con frecuencia lo desperdiciamos en cosas que no valen la pena y postergamos proyectos pensando que no es el “momento adecuado”. El tiempo es esa espera tan subjetiva que nos recuerda lo que hemos vivido y nos hace pensar en lo que nos queda por vivir; a veces no nos basta con estar en el camino para llegar a una meta, queremos la meta en ese mismo instante.
El tiempo es vida, pero a veces se nos olvida y es precisamente el hecho certero de la muerte (sin llegar a saber exactamente cuándo sucederá) lo que debería impulsar y darle intensidad a nuestra existencia. Vivimos en una sociedad en la que nos falta tiempo para todo, el tiempo disponible se está convirtiendo en un recurso escaso, nos falta tiempo para amar, reflexionar, agradecer, aprender, reír o llorar, conocer nuevos lugares, ser felices, ayudar a otros (y a nosotros mismos) e incluso para soñar.
El sentido del tiempo hace que tengamos una noción del pasado, presente y futuro. Lo utilizamos para entender el curso y duración de cada acontecimiento, situándolos en su momento y generando expectativas sobre ellos. Nuestra sensibilidad para percibir y responder al tiempo implica también atender ciertas tareas como resolver situaciones, solucionar problemas, tomar decisiones, planificar a corto, mediano y largo plazo, etc. El tiempo vuela cuando nos sentimos bien, por ejemplo, si trabajamos en algo novedoso dejamos que las cosas fluyan para hacer lo que realmente nos gusta y nos llena.
Nuestra percepción del tiempo depende mucho de la situación emocional en la que nos encontremos, le agradecemos al tiempo transcurrido cuando llega por fin la persona o noticia esperada, en cambio, creemos que este pasa más lento cada vez que deseamos algo con impaciencia, en especial cuando nos sentimos incómodos y sobre todo cuando estamos pendientes de cada minuto que pasa. Al tener prisa sentimos que todo lo que queremos tarda mucho más en llegar, el semáforo en rojo dura una eternidad, estar sentados en una sala de espera nos pone a ver el reloj a cada instante, y es que el tiempo que percibimos no siempre coincide con el deseado, el presente es lo único con lo que verdaderamente contamos.
Esto me hace pensar en todas aquellas personas que ya no están con nosotros, de manera especial en las víctimas de la actual pandemia, sin dejar de lado a los amigos y familiares que hemos perdido en el transcurso de nuestras vidas, personas muy queridas que siempre serán parte de nosotros, quienes nos enseñaron a no perder el tiempo ni abandonarnos al destino, dejando nuestro futuro en manos del azar. Seamos lo suficientemente valientes para cumplir nuestros sueños, aprovechar cada segundo con quienes realmente nos quieren, desechar todo lo que no nos dé paz, decir lo que pensamos, salir de nuestra zona de confort, necesitar menos y dar más. Debemos darnos la oportunidad de saborear la vida con gratitud y detenimiento, incluso cuando nos sepa amarga, aprendamos de esos sinsabores y seamos felices HOY; mañana puede ser muy tarde, no lo digo yo, lo dice el tiempo. (O)