Todos tenemos a un ser que ocupa el primer lugar en la mente y en el corazón. Todos tenemos, o necesitamos algo o a alguien, que nos orienta. En el Éxodo (32,4) se relata que el pueblo de Israel, porque Moisés tardaba en bajar del monte, al que subió a recibir de Dios las normas para llegar a la felicidad, llenó el vacío con un becerro de oro. “Nada nuevo bajo el sol”. Podemos afirmar que desde siempre el hombre ha buscado en la posesión de bienes terrenos, representados en el oro, lo que pensaba lo haría feliz. Es evidente que bienes terrenos son indispensables, como instrumentos, no como objetivo del bienestar, es decir, de una vida grata espiritual y físicamente. Descubrimos que solo el tener más no es garantía de bienestar, de felicidad. Quienes tienen no están satisfechos con tener lo que ya tienen: “El apetito viene, se acrecienta comiendo”. Más tenemos, más queremos y, en consecuencia, más insatisfechos nos sentimos.

El dinero es poderoso caballero; pero no tiene el poder de dar bienestar, de ser el camino a la felicidad. El dinero es poderoso, pero no es “señor”; no da sentido a la vida; no integra lo que hace con lo que piensa la persona, que quiere seguir siendo persona, sin reducirse a una mera cosa. ¿Se puede destruir lo constitutivo de humanidad? Si alguien pudiera destruir la racionalidad, la integración en la sociedad, en el hoy y en el aquí, ese alguien, ya solo por haberlas destruido, quedaría en el vacío, no podría lograr bienestar, felicidad. Poderoso caballero es don dinero, como servidor de lo humano, no como señor. Estamos afrontando antiguos problemas, que se presentan con ropaje nuevo o como retoños en viejos troncos. Nos alarma el ropaje del retoño; el tronco tiene la misma raíz.

El problema se enraíza en la putrefacción del yo, en la putrefacción de la conciencia, que es lo más hondo del yo. La putrefacción de la conciencia llega a considerar al yo como norma de lo bueno y de lo malo. El máximo bien es el poderoso caballero don dinero, con poder de falsificar certificados, de atribuirse privilegios, de llamar tontería a la honradez, con poder de ocultar el robo con un poder superior y con nombres lujosos. Debiera haber acuerdos internacionales para exigir la devolución de los recursos extraditados, sin prueba de haberlos adquirido honradamente, sin perjudicar, especialmente a los desvalidos. ¿Quién pone cascabel al gato? A ladrones pobres, cárcel; a ladrones enriquecidos, perdón y olvido.

Surgirá de la pandemia una sociedad renovada. Si ha de surgir para bien de la sociedad, debe surgir con equidad, fruto de responsabilidad y libertad ciudadanas. Poderosos, consciente, o inconscientemente sectarios, nos han acostumbrado a la iniquidad. Todos debemos pagar y pagamos impuestos, también, para la educación. Quienes eligen una educación que incluya libertad, religión deberían, además, pagar la educación en establecimientos particulares, o libres. El Estado, en vez de dar lo que corresponde a establecimientos particulares, a los que acuden pobres y ricos, si se aprueba ese proyecto sectario, sofocaría la libertad. Impondría esa libertad, que sofoca la libertad. (O)