En el camino de la vida encontramos innumerables personas, algunas pasan sin dejar huella, otras nos influyen en mayor o menor grado; pero hay algunas, especiales y excepcionales, que nos marcan indeleblemente y que trascienden los tiempos y la materia, porque nos ayudan a crecer, aquellas con quienes compartimos sueños, aventuras y utopías; en quienes confiamos plena y absolutamente; son familia, aunque ni la sangre ni algún documento lo establezca. Cuando las encontramos debemos agradecer a Dios y a la vida por esa bendición.

Efraín Robelly es para mí una de esas personas. Abogado atípico, de cabellera larga y plateada, sombrero de ala ancha y sonrisa amplia; orgulloso montuvio, “con uve” como insistía; pasó su vida defendiendo a campesinos y comunidades, con las manos en el cinto arengando las masas; comenzó en las aulas del Vicente Rocafuerte, siguió en la Universidad de Guayaquil y luego en asambleas de comunidades, movimientos sociales; recorrió campos y ciudades a caballo, con machete o pistola en mano. Luchó muchas batallas, se granjeó enemigos, pero muchos más amigos, hermanos, “sus compas”. Luchador honesto, reflexivo y analítico, no se quedaba estático en dogmas ni sacramentos, evolucionando permanentemente. Enciclopedia viviente, arqueólogo apasionado; insaciable lector, enamorado de su colección de miles de libros, muchos rescatados de rincones olvidados, todos leídos y sus preferidos releídos, estudiados.

Efraín, el revolucionario y luchador, nos dejó este 31 de marzo al mediodía, se apagó su voz y se cerraron sus ojos, pero su fuerza y energía, ese espíritu indoblegable y valiente, que coqueteó con la muerte tantas veces, brilló con mayor fuerza en sus últimos minutos en este mundo físico; brilló a través de su sonrisa para transmitir paz a aquellos que quedamos. Esa sonrisa a la que nos tenía acostumbrados iluminó su rostro y con la lucidez de la trascendencia declamó su último gran discurso, una oda de agradecimiento a Dios por lo vivido, por lo recorrido, por los aciertos y los desaciertos, por la familia, por los amigos, por los “compas” de recorrido, de luchas y de sueños.

Sí, Efraín al emprender esa nueva aventura desconocida, nos dejó el más hermoso regalo que puede dejarnos alguien muy querido al partir, nos dejó su paz, nos dejó su sonrisa.

Hoy Efraín nos seguirá acompañando en cada actividad, en cada esfuerzo por construir nuevas sociedades, más humanas, más equitativas, más respetuosas de su entorno. Hoy más que nunca el trabajo debe continuar y acelerarse, “nuestra gente” como decía Efraín lo necesita.

Efraín en sus constantes mutaciones aprendió que recuperar o defender las tierras se volvía inútil si no se conjugaba con enseñar a la gente a producir, a trabajar la tierra, a tecnificarse. Requerimos impulsar nuestros campos, las producciones familiares y comunitarias, dejando de lado la demagogia y politiquería oportunistas que tanto daño han hecho a nuestros campos.

Sí, Efraín, el abogado y arqueólogo, incorporó la ciencia y las biotecnologías a su estrategia de lucha y hoy, nosotros, sus compañeros, sus amigos, su familia, continuaremos tras los sueños, tras las utopías que compartimos, seguros de que sigue aquí. Un espíritu luchador como el suyo no se desvanece jamás.

Hasta siempre, querido Efraín. (O)