Gracias particularmente al artilugio del teléfono celular, sin moverme de mi domicilio, respetando las reglas oficiales de confinamiento en el hogar, que aconsejo cumplir, siguiendo la normativa oficial, he podido mantenerme comunicado con familiares y amigos, a veces de manera individual y en otras participando en grupos, conociendo pormenores de la terrible presencia del devastador coronavirus, que nos ha alterado la existencia a los seres humanos en este planeta, inclusive segando la vida de miles de ellos.
Me impresiona el tono en las preocupaciones demostradas al hacer requerimientos de información, los generosos ofrecimientos de ayuda, la entrega de datos donde se puede lograr asistencia médica o paramédica profesional, según se requiera.
Me emocionan las expresiones de agradecimiento, las buenas noticias de mejorías y recuperaciones y, por supuesto, me entristecen las lamentables defunciones, que sobrecogen y manifiestan la fragilidad que puede llegar a tener una vida humana.
Todo eso me lleva a la conclusión: existe el amor y una de sus principales manifestaciones es la solidaridad. ¡Sí! ¡La solidaridad no es te doy para que me des!
Esto último es una propuesta para llegar a un acuerdo de voluntades, que surtirá efecto una vez que se haya aceptado por ambas partes. La solidaridad no espera recibir, simplemente se regala, no tiene costo.
¿Dónde se genera la solidaridad?, ¿en el cerebro o en el corazón?; ¿pienso que debo ser solidario?, ¿deseo, me apremia ser solidario?; ¿cuál es su experiencia personal? La espontaneidad puede darnos una orientación en este tema.
¿No le ocurre que a veces siente el impulso de actuar solidariamente y luego hay algo que lo detiene, hace reflexionar y se percata de que no le es posible, por las razones que va encontrando? ¿Cuántas obras buenas quisiéramos hacer, pero luego nos damos cuenta de que tenemos límites en nuestras posibilidades y nunca las realizamos?
Esa situación es entendible y aceptable.
Lo inentendible e inaceptable es que pudiendo actuar nos paralicemos y dejemos de hacer lo que correspondería si hiciéramos honor a la solidaridad, a esa que nos impulsa nuestra conciencia o nuestra razón.
En este tema influye mucho la formación de la personalidad que, normalmente, se va gestando en el hogar y en los ambientes educativos y sociales en los que los seres humanos vamos creciendo.
¿Será suficiente ver y escuchar? ¿Se necesitan semillas de bondad que se vayan depositando en nuestra mente o que nuestros ojos y oídos se percaten de ejemplos de ese tipo?
¿Cómo se logra un corazón sensible a las necesidades ajenas, que se sienta impulsado a colaborar para lograr el bienestar de otra persona? ¿Aun a costa de un sacrificio personal?
Si fuera cuestión de entrenamiento… para eso están la educación, el ejemplo, la guía, el acompañamiento.
Lo cierto es que la humanidad requiere de más y más solidaridad. Lo hemos palpado en las últimas semanas, con ejemplos positivos y negativos.
¿Conviene esforzarnos para que los seres humanos seamos más solidarios? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)