Nada es más terrible en tiempos de conmoción, crisis o pandemia que estar gobernados por los ignorantes. Son absurdamente audaces, peligrosamente atrevidos y por sobre todo capaces de ir en contra de cualquier conocimiento que se le ponga enfrente. Este tiempo de pandemia global ha sacado las máscaras de varios de ellos a nivel mundial. Están los que representan a países con las mejores universidades del mundo pero gobernados por quienes detestan la ciencia y el conocimiento.

El Reino Unido y Estados Unidos tienen a los peores como líderes en este tiempo de conmoción universal. Uno creyó que por ser una isla estaba a resguardo del virus y el otro sigue creyendo que la economía es más importante que la vida. Cómo enfrentar a cada uno de ellos más que con la evidencia de la realidad que hoy les toca. Inglaterra ha cerrado todo, incluido su más dinámico aeropuerto mientras Trump cree que este virus, más veloz en su propagación y letal, no pasa de ser un hecho menor ante la cantidad de enfermedades que matan a más en su país. Como si la ignorancia no fuera en sí un virus letal encontró otro cuerpo donde reproducirse: el de un excapitán que gobierna Brasil, el país más poblado de América Latina, donde Bolsonaro compara al coronavirus con una gripecita y un resfrío común. Asustó tanto su boutade, que tuvo que salir el Congreso a espetarle su ignorancia, pero no ha sido suficiente. Los gobernadores de ese país están levantados en armas y no se descarta que terminen por echarlo.

En México tampoco las cosas son mejores. López Obrador se ha recibido, luego de varios meses de esfuerzo, en tonto de capirote. Ha venido haciendo un trabajo tesonero, en ese sentido, en sus conferencias de prensa matutinas, pero el coronavirus lo expuso a cuerpo entero. Los muertos comienzan a contarse en todos estos países y hasta el príncipe Carlos tiene alojado el virus en su cuerpo. Trump reduce todo a una cuestión eleccionaria. Sabe muy bien que el impacto será enorme y es casi seguro que ha perdido su reelección. Más que los números económicos, le pasará la factura su falta de empatía absoluta en tiempos donde esta capacidad es fundamental para unir a un país en torno a un enemigo que se lo combate con varias virtudes de las que él carece. India ha tardado en cerrar sus fronteras. Ahí no será fácil por la población y notable desprecio a los conocimientos científicos que tiene su gran mayoría de habitantes. Requerirán de un Gandhi o de miles de chamanes que sean capaces de bajar los temores al nivel de paralizar un país cuya segregación en castas ha sostenido “la democracia más grande del mundo”. Un defecto convertido en “virtud” para mantener el statu quo. Ahora la cosa es diferente. Esto es ciencia versus ignorancia y nadie sabe como concluirá esta contienda.

Los ignorantes son un peligro para la salud pública mundial y no hay forma de deshacernos de ellos que no sea por una conmoción interna que los desaloje del poder por la vía del impeachment. Ya se habla de eso en Brasil y no tardará en llegar la misma oleada a todos los países que han despreciado las advertencias. El jefe de gobierno español, Pedro Sánchez, puede ser una de las víctimas si se comprueba que fue advertido una semana antes de los efectos devastadores de la pandemia.

Ojalá tengamos más conocimiento en los gobiernos. Singapur es un ejemplo claro de lo que debieran ser los gobernantes: preparados y con capacidad para lidiar con crisis. Los otros servían para distraer pero no alcanzan ni para extender las condolencias a las personas que pierden a sus seres queridos. Son tan ignorantes que ni sentimientos tienen. (O)