Si todos fuéramos cristianos católicos, cumplidos practicantes de las normas y preceptos de la Iglesia a la que pertenecemos, durante el actual tiempo litúrgico de Cuaresma nos aplicaríamos a cumplir sus normas orientadas a mejorar nuestro comportamiento como integrante de una comunidad, a partir de nuestra propia superación personal.
Este es el planteamiento: ¿en qué puedo y debo mejorar?
Bastaría una simple encuesta, con papel y lápiz o tal vez grabadora en la mano, preguntándoselo a las personas con las que nos vemos todos los días, en el hogar o en el trabajo, por ejemplo, para tener pronto la repuesta que requerimos.
Es probable que no todas ellas quieran participar, responder, y desatiendan nuestro pedido; pero con un poco de amable insistencia es probable que logremos nuestro objetivo.
Ojalá consiguiéramos tener un universo de sugerencias que, al recibirlas, nos cuestionen y hagan reflexionar sobre la diferencia que podría tener nuestro proceder y sus resultados si, aceptando lo positivo de las sugerencias recibidas, las ponemos en práctica.
Sin embargo, aunque pueda parecer buena la iniciativa sugerida, tal vez sea mejor preguntarnos a nosotros mismos: ¿en qué puedo ser mejor?
Que conste que eso ya implica que no nos consideramos perfectos, y tal cosa, de por sí, ya es ganancia frente a nuestro ego, sobre todo si padecemos o solemos padecer de autosuficiencia y hasta prepotencia.
Pero lo importante, lo más positivo de un ejercicio de ese tipo, sería conseguir poner en práctica las sugerencias que, desde el afecto y la buena fe, nos comuniquen nuestros interpelados, empezando por nuestra propia conciencia, que es quien mejor nos conoce y constituye nuestra mayor aliada en este tipo de lides, por supuesto, si no la hemos acallado o pervertido.
El querer ser mejores en toda ocasión, lugar y circunstancia, se puede estimar como una simple vanidad o un real esfuerzo de superación, según el móvil sea el orgullo o una exigencia de conciencia, un compromiso consigo mismo.
Para establecer en cuál de los dos caminos avanzamos, convendría evaluar el tipo de urgencia que nos impulsa, para lo cual hemos de distinguir entre la vanidad y la sencillez, cosa no muy fácil porque solemos ser complacientes con nuestro ego, pues le perdonamos y solemos pasar por alto ciertas cosas, que en otras personas no admitimos.
Pero si la Cuaresma, tiempo litúrgico de reflexión, recogimiento y sacrificio, que transcurre vertiginosamente, no la convertimos en una época propicia para pensar y reflexionar sobre nosotros mismos, nuestras circunstancias y nuestras metas, lo que somos y lo que debemos ser, incluso como elementos de los grupos humanos en los que actuamos, nos perdemos una oportunidad.
Por regla general, la actividad de la Iglesia católica, en sus parroquias y organizaciones pastorales, en esta época, invita a programas de estudio, reflexión, acompañamiento y actividades pastorales orientadas a la superación de quienes añoran cambios positivos en sus vidas y para el mundo.
¿Adquiriría usted un compromiso cuaresmal? ¿Por qué?
¿Sería tan amable en darme su opinión?
(O)